miércoles, 5 de febrero de 2020

A LAS CUATRO Y MEDIA


   Los días felices son pocos, pero los hubo, tengo una hermandad con la tristeza y el malestar. Me ausento seguido, se convirtió en una enfermedad. No contaré los pormenores, es como recorrerlos de nuevo y se fueron. A veces me visitan, pero ahora son fantasmas. Acostada en la bohardilla, tirada en una cama, donde el techo de madera se puede tocar con la mano, me apareció el recuerdo más feliz de toda mi vida. Fueron dolores que iban y cuando volvían fuertes no me cabían en el cuerpo. La cama de parir tenía estribos que separaban las piernas.
   —¿Quiere una peridural para bajar los decibeles del dolor?, no se mueva, esto puede dañar la médula, quédese quietita como una estatua.
   Me volvieron a la postura semi horizontal, allí entendí el significado de la palabra “parto”. Es como si trataras de partirte en dos.
   —Bueno, ahora a pujar.
   Hacé fuerza, decía el Partero.
   —Tomá aire y no lo dejes en la garganta, bajalo hasta la panza. Vamos ahora, vamos de nuevo, seguí haciendo fuerza, me parece que lo tengo.
   El Padre sostenía mi espalda, me apretaba las manos, mientras yo lo puteaba, usé todas las malas palabras que existían. Hasta que el Partero me mostró al bebé, grité de tanta, tanta alegría, que me salió la carcajada y quise que lo apoyaran sobre mi pecho. Fueron sólo tres minutos, cortaron el cordón y lo llevaron a bañar.
   Lloraba y me reía, pedía perdón por mi comportamiento. Mi Madre decía que cómo pude insultar a todos, hasta el Partero y las Enfermeras. Cuando nació mi Hijo, fue el día más feliz de toda mi vida.
   Hoy me di cuenta, recién hoy…

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