jueves, 27 de febrero de 2020

DESPEDIDA


   Y van cerrando de a poco, se vuelve un pueblo fantasma, Clodomiro en el umbral le ceba mates a Ramiro, mientras el sol de la tarde les calienta las espaldas.
   —Cuando veo las camionetas cargadas de colchones enrollados, mesas patas para arriba y las sillas de la cocina atadas, haciendo equilibrio, mesas donde nos hemos sentado a comer, asados o los ravioles que amasaba Teresita. Cómo se van a ir así.
   Ramiro miraba un potro flaco, tratando de tomar agua del río seco, un hilito apenas de lo que fue cuando las inundaciones, pero después no llovió más.
   —No te aflijas Clodomiro, que a lo mejor algún día van a volver, igual va a ser jodido lo que vamos a extrañar.
   Cuando el ganado fue perdiendo peso, vinieron los Gringos del Sur a comprar por moneditas los animales de los campesinos, que no tenían ni para comer.
   —Ramiro, ¿vos te acordás del pobre Juan, que andaba vestido de gaucho de fiesta, con bombachas tableadas, cinturón de monedas y la hebilla de su Abuelo? Festejaban sus cuarenta años de casados y estaba todo el Pueblo. Cuando todo terminó, entrando la nochecita, Juan escuchó una balacera, dos camionetas con esas luces arriba, para encontrar los animalitos que pensaban cazar. Y eso que estaban los carteles pintados por sus hijos: “Prohibido Cazar”. Él salió a la galería con una escopeta que nunca necesitó. Desde una camioneta le dieron un tiro en el brazo derecho. Unos desgraciados, hasta tiraron a los carteles de advertencia. Lo llevaron a la casa del único Médico que había. Hizo lo que pudo, pero con la gangrena no pudo hacer nada más que amputarle del codo hasta las manos. Con un solo brazo no se puede trabajar, a eso Juan lo entristeció tanto que se llevó un catre debajo del alcanfor. La Mujer le llevaba de comer y le daba agua, pero Juan no abría la boca, miraba las ramas, el cielo, la luna, pero no le solazaba nada. Una madrugada se escuchó un disparo, Juan se bañó, se vistió de gaucho, el mismo traje del Aniversario. Dejó el catre, se sentó sobre sí mismo y se disparó con un arcabuz que a nadie se le ocurrió que andaba.
   Cuando terminó de contar su amigo Clodomiro, Ramiro dejó caer la cabeza sobre su pecho, una lágrima, una sola, cayó sobre la tierra y enseguida se secó.

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