Y van cerrando
de a poco, se vuelve un pueblo fantasma, Clodomiro en el umbral le ceba mates a
Ramiro, mientras el sol de la tarde les calienta las espaldas.
—Cuando veo las
camionetas cargadas de colchones enrollados, mesas patas para arriba y las
sillas de la cocina atadas, haciendo equilibrio, mesas donde nos hemos sentado
a comer, asados o los ravioles que amasaba Teresita. Cómo se van a ir así.
Ramiro miraba un
potro flaco, tratando de tomar agua del río seco, un hilito apenas de lo que
fue cuando las inundaciones, pero después no llovió más.
—No te aflijas
Clodomiro, que a lo mejor algún día van a volver, igual va a ser jodido lo que
vamos a extrañar.
Cuando el ganado
fue perdiendo peso, vinieron los Gringos del Sur a comprar por moneditas los
animales de los campesinos, que no tenían ni para comer.
—Ramiro, ¿vos te
acordás del pobre Juan, que andaba vestido de gaucho de fiesta, con bombachas
tableadas, cinturón de monedas y la hebilla de su Abuelo? Festejaban sus
cuarenta años de casados y estaba todo el Pueblo. Cuando todo terminó, entrando
la nochecita, Juan escuchó una balacera, dos camionetas con esas luces arriba,
para encontrar los animalitos que pensaban cazar. Y eso que estaban los
carteles pintados por sus hijos: “Prohibido Cazar”. Él salió a la galería con
una escopeta que nunca necesitó. Desde una camioneta le dieron un tiro en el
brazo derecho. Unos desgraciados, hasta tiraron a los carteles de advertencia.
Lo llevaron a la casa del único Médico que había. Hizo lo que pudo, pero con la
gangrena no pudo hacer nada más que amputarle del codo hasta las manos. Con un
solo brazo no se puede trabajar, a eso Juan lo entristeció tanto que se llevó
un catre debajo del alcanfor. La Mujer le llevaba de comer y le daba agua, pero
Juan no abría la boca, miraba las ramas, el cielo, la luna, pero no le solazaba
nada. Una madrugada se escuchó un disparo, Juan se bañó, se vistió de gaucho, el
mismo traje del Aniversario. Dejó el catre, se sentó sobre sí mismo y se
disparó con un arcabuz que a nadie se le ocurrió que andaba.
Cuando terminó
de contar su amigo Clodomiro, Ramiro dejó caer la cabeza sobre su pecho, una
lágrima, una sola, cayó sobre la tierra y enseguida se secó.

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