—¿Vos cómo hacés
para que la malla se te meta y dejes los glúteos libres?
Sara aprovechó
el comentario y trató de acomodar su malla, a cada paso que daba le volvía a
ocurrir.
—Son estas
mallas que hacen con fibras de nada, uno me alcanzo a esconder y el otro hago
que ni cuenta me di. Tango sesenta años, ¿quién se va a fijar en estos
cachimbos sueltos?
Ceci le tuvo
pena, porque no tenía los medios para hacerse recauchutar en su totalidad,
hasta se le fueron las ganas de una aventurilla de verano.
—Tu caso es
distinto, vos te hiciste operar hasta la barriga, los tipos te miran pero
ninguno se atreve, piensan que soy tu Mamá.
Y pensar que vine
con Sara para que las dos enganchemos, por lo menos tres o cuatro cada una, son
veinte días y la cabaña es acogedora, guau, qué palabra, acogedora.
—Y si vos te
conseguís un hombre maduro y yo un joven, primero salimos, tomamos unos tragos,
para que no se crean que somos mujeres fáciles, ya sabemos, después qué es lo
que hay que hacer, experiencia nos sobra.
Mirá que guacha,
Ceci y encima me hizo dar ganas, no la puedo dejar sola, la voy a acompañar.
Entramos en el
boliche y nos sentamos en un rincón, vino un joven sonriente y de inmediato me
levanté, le extendió la mano a Sara, para sacarla a bailar, había que ver cómo
la vieja, movía su cuerpo desvencijado. El joven, cuando vinieron los temas
lentos, con una mano la tomaba de aquella cintura ausente y con la otra, le
sostenía el culo.
Por suerte me
apareció un viejo, dorado tropical, con pelo blanco y un cuerpo ejercitado.
Prefirió conversar, vivía en el mar y el conjunto de cabañas, era de su
propiedad. Cuando estábamos saliendo, me estampó contra la pared y me dio un
beso que casi se traga mi botox.
Entramos a la
cabaña. Se escuchaban los jadeos de Sara y los impetuosos movimientos del
hombre joven. Me dio vergüenza, estaban en el entrepiso y no había música, ni
siquiera para tapar. El viejo no perdió tiempo, ni la ropa me sacó, sólo
enroscó la minifalda y con los dientes me arrancó el calzón.
A pesar de ser
un viejo choto, me enjaretó algo respetable, hasta me hizo doler, pero no le
dije nada porque tuve un orgasmo de cien grados. Los ojos celestes distraían
sus arrugas y cuando vi que su cabeza bajaba hasta ahí, quedé tan satisfecha,
que eructé.
—Ceci!! Ceci!!,
por favor, vení aquí, que casi muero, no sabés lo que soñé. Vos y yo conocíamos
dos tipos, uno viejo y uno joven, veníamos a la cabaña y y.
Yo no sé por qué
no se calma un poco, le voy a traer agua.
—Tranquila,
Sara, contame.
Yo estoy
desesperada, pero le tengo que decir:
—Veníamos aquí y hacíamos mil porquerías
con dos desconocidos, fue una pesadilla espantosa, encima a mí me tocaba el
joven, qué asco, por dios y vos con ese viejo baboso, no sabés, encima que mi
vida es una desgracia, soñar estas cosas, qué humillación! Menos mal que fue un
sueño.
Ceci le daba un
abrazo, mientras pensaba, qué bárbaro que el sueño de Sara hubiera sido de
verdad.

No hay comentarios:
Publicar un comentario