sábado, 8 de febrero de 2020

EL TIEMPO DE NOSOTROS

  
   —No le digas quién soy.
   La vi en un refilón y me acerqué, nada de estás igual, dormís en el freezer, te casaste, tenés hijos.
   —¿Sabés quién es el pelado?
   No dijo, pero sus ojos tuvieron brillo joven.
   —Cómo no, fue el primero que…y yo no pude resistir. Me arrebató la vida. Salir fue una historia con precio alto. Tenía unos años más que él. Aplaudieron mis ganas de seducirlo, a un joven de pelo espeso y manos que cabían donde fuera.
   Yo no quise saberlo todo, desde fuera parecían una pareja que se querían comer. Apareció la venganza repentina, una mina que le doblaba la edad, las prefería madrazas. La conoció en un gimnasio y le enseñó que sus fuerzas provenían dentro de su cuerpo. Las pesas pertenecían a los sin alma, los invisibles…
   —Seguro que se mudó a su casa, ella tenía un hijo de catorce. Los vi por la calle, iban con un pendejo a la rastra y fue de pronto, casi nos tropezamos. A mí me salió abrazarlo y sentí que se le paró sobre mi vestido.
   Terminó su carrera al mismo tiempo que yo, en ciudades diferentes.
   —¿Y, qué hiciste?
   Me dijo —Recorrí el país en bicicleta, de punta a punta.
   No me sorprendió. —Igualito que el Che.
   Me preguntó quién era el Che. Seguía con esa ignorancia que daba miedo. La sabiduría puesta en otro lado. La Mujer iba delante, con su hijo. No nos dio importancia. Se soltó de mi abrazo y corrió tras ella.
   Dos años después lo encontré, estaba con un amigo, muy compenetrado. El amigo se levantó y tomó asiento junto a mí.
   —Pidió que no te diga que es él.
   Me arrastré hasta su mesa, estaba pelado, arrugado, había perdido sus pestañas y cejas. Transparente, como sin sangre, encorvado, sosteniendo su cabeza con los brazos sin luz. Sin verme me reconoció: —Tengo cáncer y entre la quimio y la radioterapia, no me salvan, me están matando, necesito que me cuides con el amor del primer sexo.
   Confundía el amor con el sexo, las palabras “hacer el amor” le daban risa y arremetía con el privilegio de mi “sí”, para siempre. Dicen que cuando uno está por morir, se convierte en una amante insaciable, tal vez para agarrarse a la tierra, lo que los franceses llaman aterré. Tendremos la fortaleza de los débiles.
   Lo ayudé a ponerse de pie, del otro lado arrastraba un bastón doble, con una ruedita de triciclo.  

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