martes, 20 de febrero de 2018

RUMANIA


   Tienen un lugar para que viajen animales en jaulas de madera o las “cierre total con oxígeno polinizado”. Esta última fue la elegida para el traslado de mi perro.
   Lo solté ni bien llegamos al jardín. Abrí el cierre y una niña de unos seis años dormía el sueño del oxígeno polinizado. Había reemplazado a mi perro. Parecía muda. Supe que era rumana por una libreta destrozada, la libreta de casamiento de sus padres. Despertó y continuó muda. No hablé a nadie de lo sucedido, opinarían que debería devolverla a...los ¿a quién? Comió despacio y tomaba coca cola a cada rato, le encantó, fue su primera sonrisa.
   Conozco los artilugios hasta para conectarme con el pentágono y sus tramoyas, no lo hago para no tener quilombo. Esa noche busqué el apellido Gumenosco, lo saqué de la libreta de la niña y antes del amanecer encontré el nombre de sus padres fallecidos y el de la hija perdida. Le llevé el desayuno y en perfecto castellano dijo gracias y preguntó si allí estaba protegida.  —Hacé de cuenta que es tu casa Nadia, ese es tu lindo nombre ¿No?
   Me miró con ojos de haber visto todo. —A mí no me gusta “Nadia”, se parece a nadie.
   Usé todos mis contactos para su tenencia definitiva. Hoy le di un baño y descubrí latigazos en su espalda y manchas azules de puños adultos. No le pregunté, después de todo lo que vio, su cuerpo era secundario. La vestí con ropa de mi sobrino que solía pasar temporadas aquí.
   Dijo cosas en un idioma raro. —Perdón, hablé en rumano.
   Mientras trenzaba su pelo de flecos: —Entonces sos bilingüe, rumano y castellano.
Inclinó la cabeza hacia mi pecho: —En casa se hablaban los dos idiomas, papá era argentino y mamá rumana. Si me traés un mapa te muestro de dónde era mi papá.
   Señaló Rosario, se casó con una rumana. Fuimos a comer, a tomar helados y al cine. Después que se durmió vi su ropa ya lavada y seca, tenía bordados minúsculos y puntillas en los bordes, un chaleco de lana de conejo, pensé que era ropa de rico. Me sentí estúpida, pensando si era rica o pobre. Lo que sí sabía “era sola”, nunca más habló de su pasado, a pesar de mi curiosidad respeté su silencio. Saqué dos pasajes a Rumania, para navidad, estaba segura que sería feliz. En el aeropuerto se enteró del destino. La miraba de atrás, espalda triste y la idea del viaje no le interesaba. Le dije
   —Hija, volvamos, me dan miedo los aviones.
Nadia se colgó de mi brazo y contestó con mentira: —A mí también me dan miedo, mami.
   Me dijo mami.  

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