Tienen un lugar
para que viajen animales en jaulas de madera o las “cierre total con oxígeno
polinizado”. Esta última fue la elegida para el traslado de mi perro.
Lo solté ni bien
llegamos al jardín. Abrí el cierre y una niña de unos seis años dormía el sueño
del oxígeno polinizado. Había reemplazado a mi perro. Parecía muda. Supe que
era rumana por una libreta destrozada, la libreta de casamiento de sus padres.
Despertó y continuó muda. No hablé a nadie de lo sucedido, opinarían que
debería devolverla a...los ¿a quién? Comió despacio y tomaba coca cola a cada
rato, le encantó, fue su primera sonrisa.
Conozco los
artilugios hasta para conectarme con el pentágono y sus tramoyas, no lo hago
para no tener quilombo. Esa noche busqué el apellido Gumenosco, lo saqué de la
libreta de la niña y antes del amanecer encontré el nombre de sus padres
fallecidos y el de la hija perdida. Le llevé el desayuno y en perfecto
castellano dijo gracias y preguntó si allí estaba protegida. —Hacé de cuenta que es tu casa Nadia, ese es
tu lindo nombre ¿No?
Me miró con ojos
de haber visto todo. —A mí no me gusta “Nadia”, se parece a nadie.
Usé todos mis
contactos para su tenencia definitiva. Hoy le di un baño y descubrí latigazos
en su espalda y manchas azules de puños adultos. No le pregunté, después de
todo lo que vio, su cuerpo era secundario. La vestí con ropa de mi sobrino que
solía pasar temporadas aquí.
Dijo cosas en un
idioma raro. —Perdón, hablé en rumano.
Mientras
trenzaba su pelo de flecos: —Entonces sos bilingüe, rumano y castellano.
Inclinó la cabeza hacia mi pecho: —En casa se hablaban
los dos idiomas, papá era argentino y mamá rumana. Si me traés un mapa te
muestro de dónde era mi papá.
Señaló Rosario,
se casó con una rumana. Fuimos a comer, a tomar helados y al cine. Después que
se durmió vi su ropa ya lavada y seca, tenía bordados minúsculos y puntillas en
los bordes, un chaleco de lana de conejo, pensé que era ropa de rico. Me sentí
estúpida, pensando si era rica o pobre. Lo que sí sabía “era sola”, nunca más
habló de su pasado, a pesar de mi curiosidad respeté su silencio. Saqué dos
pasajes a Rumania, para navidad, estaba segura que sería feliz. En el
aeropuerto se enteró del destino. La miraba de atrás, espalda triste y la idea
del viaje no le interesaba. Le dije
—Hija, volvamos,
me dan miedo los aviones.
Nadia se colgó de mi brazo y contestó con mentira: —A mí
también me dan miedo, mami.
Me dijo
mami.

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