—Mirá, si mi
cuento te parece opaco, sin tensión y desesperanzado, pagame las cuatro horas
que me llevó escribir.
—Señora de
Morondanga, le prohíbo que me tutee. Eso era cuando alguna vez, hizo un cuento
potable. Cámbiese el apellido Morondanga, se parece a basural. Póngase La
Corvenne, Chateaux Legrand, no sé, algo que remita a algún tipo de intriga de
esas que uno no puede dejar de leer y se le va la noche.
Elegí mi nombre,
Rouge Lepett y el título del cuento: “Un hombre negado”: Nos conocimos en un
tren, era tan afable que le propuse ser su novia, se enojó mal y dijo: —No.
Soy de insistir:
—¿De casamiento, ni hablar?
Dijo “No”, como
era de esperar. Preguntó a cuánto ascendía mi herencia, mentí: —Unos quinientos
mil dólares. Calculo que si mis padres mueren, como se muere ahora, accidente
de auto, suicidio por dejadez de mujer, unos dos años. Mi Viejo maneja mal, mi
Madre tiene un amante que llamó a mi Padre, para que por favor le diga a Mami,
que no lo joda más. ¿Así le parece mejor?
—No, es
monocorde, me aburre.
—¿Y si le cuento
que el amante de mi vieja, clavó una daga en el corazón de mi padre y ella
indignada por las manchas en la alfombra turca, lamentó gastar en tintorería?
—No.-Repitió el
hombre-.
—¿Cómo termina
la historia?
—No tendrá
tiempo de darse cuenta, ahora la daga, está insertada de lado a lado en medio
de su espalda. Sobresale una punta que arroja sangre, ésa la tomo sin su
anuencia, está muerto.
—No, pero me
gusta que me chupe la sangre.

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