miércoles, 28 de febrero de 2018

ODIAR ES PODER


   —Mirá, si mi cuento te parece opaco, sin tensión y desesperanzado, pagame las cuatro horas que me llevó escribir.
   —Señora de Morondanga, le prohíbo que me tutee. Eso era cuando alguna vez, hizo un cuento potable. Cámbiese el apellido Morondanga, se parece a basural. Póngase La Corvenne, Chateaux Legrand, no sé, algo que remita a algún tipo de intriga de esas que uno no puede dejar de leer y se le va la noche.
   Elegí mi nombre, Rouge Lepett y el título del cuento: “Un hombre negado”: Nos conocimos en un tren, era tan afable que le propuse ser su novia, se enojó mal y dijo: —No.
   Soy de insistir: —¿De casamiento, ni hablar?
   Dijo “No”, como era de esperar. Preguntó a cuánto ascendía mi herencia, mentí: —Unos quinientos mil dólares. Calculo que si mis padres mueren, como se muere ahora, accidente de auto, suicidio por dejadez de mujer, unos dos años. Mi Viejo maneja mal, mi Madre tiene un amante que llamó a mi Padre, para que por favor le diga a Mami, que no lo joda más. ¿Así le parece mejor?
   —No, es monocorde, me aburre.
   —¿Y si le cuento que el amante de mi vieja, clavó una daga en el corazón de mi padre y ella indignada por las manchas en la alfombra turca, lamentó gastar en tintorería?
   —No.-Repitió el hombre-.
   —¿Cómo termina la historia?
   —No tendrá tiempo de darse cuenta, ahora la daga, está insertada de lado a lado en medio de su espalda. Sobresale una punta que arroja sangre, ésa la tomo sin su anuencia, está muerto.
   —No, pero me gusta que me chupe la sangre.
                                 

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