Del lado de papá
eran uruguayos, del lado de mamá eran ordinarios. Del lado de papá, las comidas eran un
derroche de pijotería. Raimunda, la cocinera, ahorraba material culinario, como
si fuera en su beneficio. La vajilla era más rica que la comida. Había unos
apoya cubiertos, que si no los usaba me miraban feo. Los uruguayos hablaban
casi en susurros, cosas aburridas, de parientes fallecidos por distintas
causas. Por las fotos que ocupaban la mesita de los finados, para mí, se
murieron de aburrimiento.
Del lado de
mamá, las comidas hechas por mi abuela, colmaban nuestros platos y las fuentes
clamaban una segunda vuelta. A ninguno de los abuelos ordinarios, se les
ocurría mirar cómo comíamos, sino qué comíamos y cuánto. Así medían la salud,
de acuerdo al peso. Los ordinarios
hablaban a los gritos entre ellos, finalmente, eran monólogos corales de
enojos, risas o chismes. Los ordinarios daban besos con ruido y amor en
cucharadas, de aceite de hígado de bacalao. Mi abuela ordinaria, también tenía
una mesa de fotos de finados. En todas las fotos, están muertos de risa, o en eso.
La familia
uruguaya de papá, murmuraba que mi madre y su familia, eran ordinarios. Le
pregunté a papá, qué quería decir ordinario, me dijo que era una localidad de
Italia. Pensé mucho tiempo que los italianos eran ordinarios, luego supe, que
en el Norte no.
La familia de mi
madre, ordinaria, elogiaba la elegancia de los uruguayos y su impecable forma
de hablar.
Cuando las tías
de mi madre, que eran todas bellísimas, decían a mi abuela ordinaria, que los
uruguayos eran unos oligarcas soberbios, mi abuela les respondía que por eso,
papá eligió a mamá, que también era bellísima, hacía juego con los oligarcas
soberbios. De algún modo, tenían que dejar de ser tan feos. Mi abuela pensaba
que oligarca y soberbio, eran atributos buenos, de las personas ricas.
Era así mi
abuela: ordinaria, ingenua y lúcida. Como toda tana ordinaria, que se precie.

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