sábado, 24 de marzo de 2018

EN LOS ASCENSORES NO SE HABLA


   —Lo traje a Lito para que lo conozcas, te hablé de él dos años y nunca…
   Doris vivía en el quinto, tenía un aura de soledad que dolía, nos cruzábamos en el ascensor y hablábamos pavadas. Se invitó sola a tomar un café a mi departamento. —Si no es molestia para vos, Mechi, necesito tu opinión.
   Vivía con su hijo de cuarenta años, que no trabajaba, tomaba whisky todo el día, no quería bañarse y le sacaba la totalidad de su pensión.
   Doris tomó mis manos. —Decime, Mechi ¿Qué hago?
   Me molesta que me toquen las manos extraños. —Echalo, es lo más sensato.
   Doris quedó peripléjica,…
   Al día siguiente lo trajo, sin previo aviso. Alto, traje de buen corte, pelo mojado y engominado, ojos esquivos. Me besó en la mejilla:
   —Mucho gusto, Mechi, Mami me ha contado tanto de Ud, que es como si la conociera de antes.
   Todo dicho con aliento a whisky y oliendo a medio frasco de perfume vencido. Se fue a los cinco minutos, antes extendió la mano a su Madre, con la palma hacia arriba. Doris abrió el monedero y le dio todo lo que tenía.
   Me saludó: —Nos vemos, Mechi.
   Y cerró la puerta como suya.
   —¿Viste que buen mozo Lito? Olvidate lo que te dije el otro día. Soy de exagerar.
   No me dieron ganas de contestar nada.
   —Me enteré que vienen tus hermanas y esos sobrinos divinos que tanto te cuidan, vienen a dormir, charlan y se ríen.
   Nunca supe cómo sabía de mi flia, pero bueno, cada loco con su tema y cada tema con su loco.
   —Quiero conocerlos, Mechi. ¿No puedo venir mañana, que sé que están todos?
   No me dio tiempo a eludir ese descaro. —Y…bueno, Doris, vení. Vamos a ser un montón.
   Y la muy caradura contesta: —Es un dicho popular, donde caben ocho, caben nueve.
   Mis hermanas charlaban conmigo, de los Tíos del campo, los trabajos, los chicos, en fin, temas comunes en nuestras reuniones.
A Doris nadie le dirigió la palabra, ella pasaba garbosa a la cocina y para todos era como un objeto no identificado. La mañana siguiente, apareció a las ocho de la mañana, con ruleros y una bata abierta.
   —Ay, Mechi, me muero de curiosidad, contame qué te dijeron de mí tus hermanas, tus sobrinos y una señora que se ríe todo el tiempo, ves, ésa no la tenía. ¿Te dijeron algo de mi vestido hecho con mis manos? ¿Y de mi collarcito de perlas sin cultivo?...Mechi, no te quedes con la boca abierta, por favor decime qué opinaron todos y cada uno de ellos.
   No hubo caso, no pude cerrar la boca, pero sí cerrar la puerta, con ella afuera…   

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