lunes, 12 de marzo de 2018

♯8M

                              
   Las mujeres me resultan insoportables, empezó con mi Madre, vieja tramposa, mano larga, gritona, hasta la llegada de Papá, que se ponía más repugnante que dulce de leche, mazoca. Bajaba la voz, la muy zorra, le gustaba Papi porque la engañaba hasta con la mujer de al lado, la hija de la Portera. Peor la trataba, más se enamoraba y si la cagaba a trompadas, gozaba como un orgasmo o varios. Dependía de la cantidad de trompadas.
   Un día llegué temprano del Colegio, abrí la puerta de su dormitorio, ella estaba atada con alambre de púa y hacían un sexo muy retorcido. —¿Qué mirás, tonta? Rajá de acá y cerrá.
  Mi viejo era normal, me llevaba a ver dibujitos animados, visitábamos a su Madre, mi Abuela, que olía a violetas y me hacía licuados de  durazno. Cuando volvíamos a casa, yo notaba cómo le subía la vibreta, mal.  
   Me enseñaron a manejar y comprendí que había mujeres volantes, más perversas que mi Madre, de esas que te ceden el paso y vos le aceptás y ellas no te lo ceden ¿o te lo ceden? Siempre me chocan las rubias taradas que no van a ningún lado, sólo jugaban a cagarme, como histéricas de libro. Fue difícil, pero encontré un novio gordo, enano y bueno. Mis cuatro amigas de mentira, nunca escuché tantas juntas, se lo avanzaron, no por sus cualidades, sino para joderme como hacen las gallinas. Quedaron embarazadas, parece que el buen hombre guardaba esperma para tirar para arriba. Yo tuve la desgracia de embarazarme tres veces, con hombres que no recuerdo, en las eco, las tres eran mujeres.
   Un amigo Médico y hábil produjo mis abortos. Me pidió que usara anticonceptivos, le dije que sí, pero me olvidaba, llegué a tomar uno por semana. Peligro no corría. Nadie me daba bola, por fea y de contestaciones desagradables.
   Estoy sola, suspendí el área de amigas. Apareció en mi vida, un tipo intelectual que parecía una Facultad ambulante. No teníamos sexo, pero nos hablábamos el Universo.
   Un invierno de frío, concluímos que sexo no, pero si no había acolchados, nos amuchábamos. Pensé que mi panza se hinchaba por mi constipación permanente, fue un equívoco, parí una hija. Ahora tomamos café con Perlita, que tiene nueve meses, se sienta derecha en silla común e interviene con palabras cortadas, en aquello que hablábamos del Universo.                        

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