Las mujeres me
resultan insoportables, empezó con mi Madre, vieja tramposa, mano larga,
gritona, hasta la llegada de Papá, que se ponía más repugnante que dulce de
leche, mazoca. Bajaba la voz, la muy zorra, le gustaba Papi porque la engañaba
hasta con la mujer de al lado, la hija de la Portera. Peor la trataba, más se
enamoraba y si la cagaba a trompadas, gozaba como un orgasmo o varios. Dependía
de la cantidad de trompadas.
Un día llegué
temprano del Colegio, abrí la puerta de su dormitorio, ella estaba atada con
alambre de púa y hacían un sexo muy retorcido. —¿Qué mirás, tonta? Rajá de acá
y cerrá.
Mi viejo era
normal, me llevaba a ver dibujitos animados, visitábamos a su Madre, mi Abuela,
que olía a violetas y me hacía licuados de durazno. Cuando volvíamos a casa, yo notaba
cómo le subía la vibreta, mal.
Me enseñaron a
manejar y comprendí que había mujeres volantes, más perversas que mi Madre, de
esas que te ceden el paso y vos le aceptás y ellas no te lo ceden ¿o te lo
ceden? Siempre me chocan las rubias taradas que no van a ningún lado, sólo
jugaban a cagarme, como histéricas de libro. Fue difícil, pero encontré un
novio gordo, enano y bueno. Mis cuatro amigas de mentira, nunca escuché tantas
juntas, se lo avanzaron, no por sus cualidades, sino para joderme como hacen
las gallinas. Quedaron embarazadas, parece que el buen hombre guardaba esperma
para tirar para arriba. Yo tuve la desgracia de embarazarme tres veces, con
hombres que no recuerdo, en las eco, las tres eran mujeres.
Un amigo Médico
y hábil produjo mis abortos. Me pidió que usara anticonceptivos, le dije que
sí, pero me olvidaba, llegué a tomar uno por semana. Peligro no corría. Nadie
me daba bola, por fea y de contestaciones desagradables.
Estoy sola,
suspendí el área de amigas. Apareció en mi vida, un tipo intelectual que
parecía una Facultad ambulante. No teníamos sexo, pero nos hablábamos el
Universo.
Un invierno de
frío, concluímos que sexo no, pero si no había acolchados, nos amuchábamos. Pensé
que mi panza se hinchaba por mi constipación permanente, fue un equívoco, parí
una hija. Ahora tomamos café con Perlita, que tiene nueve meses, se sienta
derecha en silla común e interviene con palabras cortadas, en aquello que
hablábamos del Universo.

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