viernes, 23 de marzo de 2018

PARAJODA


   Quedan cosas pegadas de libros, películas, obras de teatro, hay músicas que no suelen acompañar al escritor, aunque algunas notas impliquen palabras. Y los años malignos, con tantos nombres, anécdotas, odios, amores, olvidos, recuerdos, no hay lugar para tanto.
   Me da bronca cuando releo un cuento mío y le encuentro olor a otros autores, de lo que sea. Aunque comprenda que las historias son las mismas de siempre, contadas desde ángulos diferentes, parecen recién nacidas.
   Odio que me interrumpan cuando escribo. Me llaman a comer, estoy desfalleciente de hambre, no me importa, me cortan lo que estoy escribiendo. Una vez relaté una historia de una mujer, que casi se ahoga por lucir unas piedras preciosas y por una intervención como:
   —¡Vení a comer!
   Desfiguró la historia, la mujer terminó comiendo papas fritas, con huevos de esmeraldas.
   Taché todo, desde el principio que tan mal no estaba, hasta el bodrio final.
   Me tomé cuatro rivotriles, el efecto paradojal no me dejó dormir tres días. A los tres, resucité entre los muertos y comencé un cuento tan, tan cursi, que partí la birome y me fui a caminar como loca mala. Soy mala escritora, pero buena persona, en mi caminata no pisé ninguna margarita.

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