sábado, 10 de marzo de 2018

CARPE DIEM


   Decidí hacer durante veinticuatro horas lo que mis ganas quisieran. Crucé a la plaza de mi infancia, la única con hamacas de madera salada y cadenas largas. Tomé envión y cuando me iba a preguntar el después, aparece él, que me empuja lejos, lo reconocí porque su impronta en mi espalda permaneció.
   —Es tan grato verte…
   Lo informé: —Hoy es mi día de silencio, pido que lo respetes.
   Los años acotaron su imprudencia y no habló más. Me seguía él y yo esperaba. Fuimos al bosque de antes, los alcanforeros habían crecido tanto, que dieron ganas de zambullirse, fue mutuo, me rozó la frente con su mano derecha. Reprodujimos nuestro primer encuentro, él era célibe y yo mentí mi virginidad.
   Estuvimos al borde del amor, tan parecido al sexo. Dejamos doce veces que nuestros cuerpos hicieran cabriolas memorables. Cuando el campanario dio las cinco, partí con un beso rasante. Él, siguió con la cabeza entre sus piernas flexionadas. Me toqué el hombro y tenía gotas saladas. Eran de él, cómo me hubiera gustado volcarlas en un frasquito, para siempre.
   Llegué corriendo y vi a mis hijos subir al auto de su padre. No terminaba el día. Entré al Bar sin ochava y tomé tres copitas de Grapa Valle Viejo. Mientras el alrededor se borraba, traté de recordar el nombre, la dirección, el celular, en qué lugar nos conocimos.
   …Un paisano dijo: —“Son las doce y sereno”, ja ja. -Me miraba y se reía-.
   Volví caminando ondulado. No entré a casa, me derrumbé en el jardín. Escuché una voz lejana: 
—Papá!, Mamá se durmió en el jardín.
   Él le respondió: —Traigan la bolsa de dormir y una almohada. Pidió un día libre, le dije que sí, siempre adentro, se lo merecía, pobre.
   —Sí, todo bien, Papá. –Dijo Isa, la más grande-. Pero a mí me parece que se fue de mambo.
   Pensé que tenía una hija arpía, como casi todas las mujeres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario