Nunca fui un
hombre de perfil bajo. Ni alto. Mi perfil es narigón y mentón en fuga. Tenía
trabajos sin importancia fui boletero, cartero, verdulero, empleado público,
ése fue el peor. Los trabajos son para poder pagar una cuasi bohardilla.
Cuadernos rayados y biromes, escribía de noche. Llegaba al laburo semidormido,
me encerraba en el baño, bajaba la tapa y recuperaba el sueño perdido. Soy una
persona tan insignificante, tan evanescente, que me fundo en las paredes. Tuve
un jefe perseguidor y yo era su punto de mira. Vivía entre sus cejas, el odio
que me guardaba. Le dieron el traslado, el puesto quedó vacante. Hace seis años
que nadie ocupa ese lugar. Es un regalo no tener jefe y ser el único empleado
de nadie. Escribía mis textos durante horas de trabajo. Al llegar la noche
sentía que esa negrura, permitía que lo hecho durante el día sufriera tantas
tachaduras, al punto de no entender mi propia letra, ni guardaba memoria del
tema.
Me peleo conmigo
y escribo un cuento de una sentada (lo dijo S.Schewblin), le acierto mejor. Soy
de irme por las ramas, mi deseo es escribir lo que no se dice y en eso estoy.
Escucho la voz de mi mujer que grita: “¡La plata no alcanza!” No sé en qué
momento de mi escritura, apareció esta mujer, que seguro es mi mujer. Por
suerte no me cortó nada. Sigo con mi próximo cuento “La mujer olvidada” Tengo
el material a mano, la mano que aprieta su cuello y ella muerta sobre mis
papeles.

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