—Hace cuarenta
años que es mi Secretaria, tenemos confianza de hermanos, de amigos, de
ideología y sobre todo moral.
—¡Escuchá lo que
decís! Cuarenta años y me vengo a enterar ahora. ¿Vos que tenés en la azotea?
Él le contestó: —¡No!
Lo tuyo no tiene nombre, hace cuatro años que te pusieron a trabajar, tenés un
Secretario, un tipo que recién conocés y te la pone.
—Por lo menos,
nosotros usamos su departamento y a veces hasta laburamos, en cambio vos y esa
vieja trola, con la que acordaste tener un dormitorio al lado de la oficina…
Si ella supiera
que mi Secretaria viró a matrimonio hablado y más tarde al silencio comprensivo
de los años.
No quiero
lastimarlo, fue un apasionado en los principios. Tuvimos hijos, cambié pañales,
les di la teta, tres años a cada uno y pasó el tiempo, me aburrí y decidí
trabajar. Un corrupto del gobierno anterior, al que yo escondía mi desprecio,
me dio trabajo, los expedientes tapaban el escritorio. Mandaron un Secretario
sigiloso y capacitado, los cafecitos de todas las mañanas, eran tácitos. Al
año, subiendo una escalera, para buscar la carpeta de un Jubilado olvidado, él
me acarició las piernas, temblé, hacía tanto que nada y el abrazo olvidó los
expedientes. Fuimos despedidos por inoperantes.
—¡Sí Uds traban
todo kakonchos y el que está ahora se hace el sota!
Es lo mejor que
me podía pasar, no laburar más para delincuentes…vivimos en su departamento,
mitad del día y la otra, vuelvo a casa. Él se pone contento y me da besos que
me dan asco.
La Secretaria de
él es casada. Mi Secretario también.
Es toda una
espiral que llena de humo para confundir la vida.

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