Querida Isabella:
Te mando esta
carta manuscrita, con sobre blanco y estampillas, certificada sino, no llega.
Notarás la letra tembleque, es porque tengo una enfermedad del nombre de no sé
quién, si del Médico que la descubrió o el enfermo que la padeció. Es casi
seguro del miedo a la muerte, no existe idea más obsesiva para mí, que en
cualquier momento me voy a morir y si después sigo temblando, yo me muero.
No es un
disparate, pero si lo es, por favor escribime. Un beso en cada mejilla y
saludos para los que quedan, si no me contestás, sabré qué te pasó, nos pasará
a todos.
Queridísima
Fátima:
¡Estoy
viva! Es una rareza, sabés que no me ubico en tiempo y espacio. Tengo curiosidad,
cuándo te conocí y dónde nos encontrábamos cuando sucedió? Mi memoria está
perfecta, sé que sos mi querida Isabella, pero no me atreví a llamar y disculpá
mi sinceridad, me dio miedo que estuvieras tocando el arpa. Soy tan mala para
los presagios, que confundo si primero tenés que morirte vos o yo.
A veces pienso
que el tiempo hace que paseemos con abanicos, en vez de celulares y los jóvenes
feliciten a nuestras Madres, por tener tan bellas Hijas. Por suerte, ambas no
existen, porque ¡cómo nos jodieron la vida! No quiero ni pensar que nos jodan
la muerte. Con respecto al espacio, te digo que caminar por el techo es
fantástico, para atrapar arañas, sin plumero y tocar la panza de la luna,
cuando está llena. Entre otras diversiones.
Bueno, dejo aquí
porque la espalda me está matando, muy irónico. Me voy a dormir a la pared, es
donde mejor amanezco. Deseo que tus temblores no impidan que me respondas y
continuemos nuestra amistad, en una relación epistolar.
Te
mando besos desde algún lugar que ni yo sé.

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