La bruma es el
piloto de la memoria. Había una Enfermera que me daba servicios de niño, traía
el desayuno, una tostada y un té lleno de vapor.
—Esto está hirviendo, Alma, no
lo podré tomar.
Ella decía que
no estaba caliente, era la bruma, me sacaba los mocos de la nariz, que
aterrizaban en un pañuelo.
Los Médicos pasaban
diariamente, haciendo una sonrisa dibujada a mí y sosteniendo las mandíbulas
con un: —Ejem…ejem…
Nunca les
preguntaba, me daban miedo. Prefería las respuestas de Alma: —¿No me podés
decir cuántos días más tengo que estar?
Ella contestaba,
antes me bajaba el párpado inferior de los ojos, me hacía abrir grande la boca,
tomaba la fiebre y hundía sus dedos suaves en toda mi barriga. —Para mí no
tenés nada, tu Tía Cata pide que te quedes, hasta que se te vayan las ojeras. Ella
tiene ojeras, tu primo tiene ojeras. No es de mala, los Médicos le dicen que
necesitás un día, dos, una semana. Saben que la Sra Cata tiene mucho dinero y
se aprovechan. Más tiempo permanecés acá, más plata le cobran.
Me dio tos al
enterarme. Les iba a contar a mi Tía y a mi primo, pero Alma me hizo jurar que
no lo haga, porque la echarían del trabajo.
Al día
siguiente, Alma no me trajo el desayuno, debía estar en ayunas. —Hoy no hay
bruma y la extraño. ¿Me van a poner muchas inyecciones, Alma?
Ella me dijo que
una sola y no iba a doler nada, porque la aguja era de seda, curaba todo. Y
volvía a mi casa. Me parece que dijo casa, porque escuché: ca… y después vi que
Alma estaba rodeada de bruma y se alejaba, la llamé para ir con ella, pero la
bruma me tapó la voz…

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