—Fui capataz de
mis vacas, el ojo del amo engorda el ganado, dicen. Las vacas engordaban y el
gobierno de la estúpida las adelgazó.
—No se ponga así, Don Ramiro, este Gobierno lo va a sacar del pozo, ya va a ver.
—Ya estoy
viendo, estamos peor que antes, no hacen nada por nosotros y reparten sonrisas
y tocan puertas al pedo. La gobernanta, con esa cara de niña buena, prometió,
junto con el otro, bajar las retenciones. ¡Mentira! Las de soja no bajaron y
nos subieron los demás impuestos. Estoy pagando mi tierra, cuatro veces más,
como si la comprara de nuevo ¿Y sabe cuánto tengo?, dos parcelas.
—Tiene bastante,
Don Ramiro, si no fuera porque a su hermano se le ocurrió lo del tambo, a lo
mejor ahora sería rico.
—El campo se
inundó cinco veces, parecía la laguna de Chascomús y las pobres vaquitas,
nadaban crol en el agua. Qué me habla de ser rico si estamos como los pobres,
los que tienen 6000 hectáreas, esos sí que van a Europa todos los años, sin
pagar impuestos ni nada. Son unos hijos de puta, son. Dejo a mis hijos acá y
que dios los ayude, saldrán del pozo. No creo que dios exista, si no se borró
bien borradito.
—¿Y usted que va
a hacer, Don Ramiro?
—Yo me subo a mi
tordo y me voy a trabajar de peón golondrina, le mando la miseria que me van a
pagar, al gurí menor, para que termine la escuela, aunque más no sea. Los demás
que aprendan a no servir, sino a ser servidos, como antes mis padres y mis
abuelos. Ellos sí que educaron, no como los maestros de mierda que ahora son
tan pobres como nosotros…
—Algunos, Don
Ramiro, mis hijas no, por ejemplo, enseñan gratis y llevan la frente alta, no
como lagartijas. Ellas son mi orgullo y los chicos mi esperanza.

No hay comentarios:
Publicar un comentario