Acá el compañero
me dice que yo odio 24 horas y si el día tuviera 28, no me perdería las cuatro
restantes.
No respondo,
porque es cierto, odio todo, las personas, los autos, las calles, los
edificios, los niños que lloran, las madres que cruzan la calle con cuatro
niños atrás, como si no les pertenecieran.
Los curas, las monjas,
la gente que no sonríe, la gente que toma el segundo puesto en la carcajada y
es falsa, forzada, molesta. Odio los motoqueros, los obreros comedidos que te
dicen: —Cuidado, Señora, se le puede caer un ladrillo en la cabeza.
O cuando
tropiezo largo a largo y vienen cinco a preguntar: —¿Abuela,
le pasó algo?
—Momento, Abuela
su Madre, yo aterrizo y me levanto sola, no rompo ni los anteojos, pueden
seguir chusmeando a los que nunca se caen.
Odio la verdulera,
cuando pregunta qué voy a hacer de comer, me dan ganas de contestar: Mierda.
Pero no lo hago porque temo que la próxima vez me rellene alguna verdura con
caca.
Odio hacer cola
en el Banco, voy bien temprano y ya hay gente. Al rato parece la Corte de Los
Milagros. Un olor a pelo sucio, a crema barata, a pata, a milanesa.
Odio mi
compañero que me dice que pare un poco con el odio continuado. Justo paso por
un Local Kakoncho, falso peronista y les grito:
—¡¡Devuelvan la guita, chorros
hijos de puta!!
Hay gente que se
siente aludida, por algo será, a veces son amigos y es un papelón. Después
tendría que pedir perdón, cosa que odio como cuando se me rompe la heladera.
Odio hablar del odio en un cuento con las mejores intenciones. Odio cuando opinan
que es bueno y yo opino que es una gadorcha.

No hay comentarios:
Publicar un comentario