viernes, 30 de marzo de 2018

NADIE ME QUIERE



   Acá el compañero me dice que yo odio 24 horas y si el día tuviera 28, no me perdería las cuatro restantes.
   No respondo, porque es cierto, odio todo, las personas, los autos, las calles, los edificios, los niños que lloran, las madres que cruzan la calle con cuatro niños atrás, como si no les pertenecieran.
   Los curas, las monjas, la gente que no sonríe, la gente que toma el segundo puesto en la carcajada y es falsa, forzada, molesta. Odio los motoqueros, los obreros comedidos que te dicen: —Cuidado, Señora, se le puede caer un ladrillo en la cabeza.
   O cuando tropiezo largo a largo y vienen cinco a preguntar: —¿Abuela, le pasó algo?
   —Momento, Abuela su Madre, yo aterrizo y me levanto sola, no rompo ni los anteojos, pueden seguir chusmeando a los que nunca se caen.
   Odio la verdulera, cuando pregunta qué voy a hacer de comer, me dan ganas de contestar: Mierda. Pero no lo hago porque temo que la próxima vez me rellene alguna verdura con caca.
   Odio hacer cola en el Banco, voy bien temprano y ya hay gente. Al rato parece la Corte de Los Milagros. Un olor a pelo sucio, a crema barata, a pata, a milanesa.
   Odio mi compañero que me dice que pare un poco con el odio continuado. Justo paso por un Local Kakoncho, falso peronista y les grito: 
—¡¡Devuelvan la guita, chorros hijos de puta!!
   Hay gente que se siente aludida, por algo será, a veces son amigos y es un papelón. Después tendría que pedir perdón, cosa que odio como cuando se me rompe la heladera. Odio hablar del odio en un cuento con las mejores intenciones. Odio cuando opinan que es bueno y yo opino que es una gadorcha.  

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