Virginia venía
todos los veranos a la casa de Eduviges, una tía abuela. Me fugaba a su casa,
allí sí me daban permiso y si no iba igual. No había un solo rincón de la casa
que no tuviera olor a pis. No de gato, ni de perro, ni de loro, era olor a pis
de persona.
La Tía Abuela se
sentaba en el alféizar de la ventana: —Les voy a contar la historia de la
señora tan rica, que vive en…
Le tomaba como
un freno de mano en el relato, mientras contemplaba el vuelo de una mosca. La
espantaba sin un brazo, Eduviges tenía una cara tan horrible, que hasta las
moscas huían. Y seguía: —Una casa parecida a un Monasterio y él…
Frenaba de
nuevo. —No sé en qué estaba, seguro que no tenía importancia. Salgan a jugar,
usen la casa, la vereda, el placard de vestidos antiguos.
Virginia abría,
pero la ropa tenía un olor a pis de generaciones.
—Se ve que mis
antepasados meaban tupido.
Eduviges iba a
Misa, al llegar a la esquina se dio vuelta y nos miró como cinco minutos, con
apariencia de no conocernos. Siguió caminando media cuadra y se dio vuelta y
nos miró con curiosidad apagada. Ese día la corrimos. —Hola Eduviges, ¿vas a
Misa?
Contestó: —Voy a
visitar a la Sra…
Pausa, cinco
minutos. —No sé quién ni dónde, pero voy.
Virginia se puso
roja: —¿Sabés que nunca se cambia los calzones? Desde que tomé conciencia de
los diferentes olores, me di cuenta por qué ningún familiar la visitaba ni la
invitaba. Mamá dice que ojalá los perfumes importados tuvieran la persistencia
del olor a pis de Eduviges. Toda mi familia piensa que soy una santa en venir a
pasar algunos días del verano. Soy desconsiderada con vos, perdoná…
—Mirá Virginia
no sé si es peor, pero cuando viene mi Abuela en el verano, a pasar unos días, mi
Madre le hace tazones con dos cajas de Factor AG y no pasa nada. La mía, la
ventaja que tiene, es que usa silla de ruedas, te la olvidás en el jardín.
Estrategia de mi hermana.

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