Es un hall con
siete escritorios y máquinas de escribir que usan a la mañana, a la tarde Mami
toca el piano, las teclas son alargadas, las de las máquinas de escribir eran
parecidas, nada más que redondas. Deben ser parientes que tocan mal.
Hay un toldo que
se corre con soga y una estatua de bronce recontrapesada, con un dedo que
señala, por suerte vive en un banco altísimo. Mi hermano más grande corrió la
lona verde y enroscó la soga a la estatua, escuché las risas y me dio bronca
que no me invitaran a jugar. Gritaban:
—¡Vamos al Anciano todavía!
Me dicen Anciano
porque nací con pelo blanco. Mi hermano cerró la cortina y la estatua cayó en
mi cabeza, con el dedo que señalaba, me marié, como cuando tomo los restitos de
vino que quedan en las copas, al final de una fiesta. Salieron todos y me miraban
como a una película de terror. Sentí que la sangre me inundaba los ojos, las
orejas, la nariz y mi Mamá, que le pedía a mi hermano gasas blancas. —Tenele
apretado.
Subimos al auto
y me llevaron al Instituto Médico Platense, donde nacimos todos, mi hermano se
sacó la camisa, porque las gasas chorreaban. Enseguida vinieron las Enfermeras
y un Médico, me pusieron tres inyecciones que dolieron. Dicen mis hermanos que
me anestesiaron y me cosieron. Tenía una herida en forma de cruz. Me duele,
ahora que se me fue la inyección y me da cuiqui, porque viene lo de ver si
tengo algún hueso roto.
El Doc me
explicó que había dos fisuritas y me pellizcó un cachete. —Tenés la cabeza de fierro,
Anciano.-Y se reía, el nabo-.
Tomaba
pastillitas para el dolor, bastante ricas y me regalaron un camión de guerra,
un fuerte, soldaditos, siete autitos, bolitas, bolitas chinas y bolones. Un
tiro al blanco. Cada amigo o pariente que me visitaba, me traía algo de regalo.
Mi Padrino, una bicicleta.¡Uácala!
A mis hermanos
los dejaron sin vacaciones y se turnaban para ponerme paños fríos en la cabeza.
Por suerte no se me abolló.
Y que te atienda
todo el mundo, es lo mejor que me pasó en la vida.

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