La Abuela tuvo dieciséis hijos, fue a finales del siglo pasado. Vivían en el medio del campo. Su Marido volvía a medianoche y partía a las tres de la mañana. Era tan celoso que trataba de dejarla gruesa todos los años, para mantenerla ocupada. La Abuela aceptaba porque según le contó su Madre, nunca debe una negarse a las necesidades de un marido, porque seguro se iba con otra. Ella hizo caso y así fue que no hubo tiempo de depresión pos-parto, elemento que servía para dejar el líquido amniótico libre de impurezas y el próximo querubín nadara en un interior límpido.
Sus hijos nacían
de piel blanca al principio, al negro gitano en las finales. Un día el Abuelo
contrajo la fiebre del heno y murió repentino. El primer año la Abuela tuvo su
hijo número diecisiete, salió: negro senegalés. Lo extraño, que muerto su
Marido, siguió teniendo hijos. No era por amantes, estaba mal visto. Los niños
provenían de la necesidad compulsiva del vientre acostumbrado a parir. Les
ponía nombre, al tiempo los olvidaba. Eran demasiados, además las personas sin
recursos le dejaban alguno, pensando que entre tanto crío no se notaría.
Llegó al pueblo
más cercano, un Médico moderno, que le sugirió la ligazón de trompas. Ella
aceptó gustosa y el Médico se enamoró para conocer el placer sin consecuencias.
Fue un hombre
práctico. Fundó una Facultad de Medicina, con los alumnos hijos de la Abuela.
No daba abasto con las clases. Basado en la confianza, mandó cuarenta hijos de
la Abuela, a fundar facultades en otras zonas de las provincias. Así
aparecieron los primeros galenos “Mala praxis”, “Error de diagnóstico”, “Muerte
súbita”, “ACV” y demás miasmas que en la actualidad son última moda, más
baratos que los tradicionales y prescindían de las Obras Sociales.
Son tiempos que
a las Obras no se les da importancia y lo Social está prohibido debido a la
superpoblación y a las Leyes de Necesidad y Urgencia.

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