sábado, 17 de febrero de 2018

ALGUIEN


     Hacía dos años que vivía en un pueblo nunca censado, le calculé unos quinientos habitantes.
   Iba a cualquier negocio y siempre me preguntaban: 
—Usted no es de acá, ¿No?-Daban ganas de contestarle: “No, soy de Marte, vengo a comprar galletas y leche y después vuelvo”.
   Pasaron cinco años y seguían preguntando: 
—¿Usted no es de acá?
   Yo lo cortaba con un “Sí”, me retiraba sin saludar.                                              
   La estúpida consigna “a donde fueres haz lo que vieres”.
   Chicas jóvenes o viejas usaban shorcitos cavados atrás, de modo que se exponía carne nueva, alta y redonda o colgajos bailanteros de celulitis.
   Dejé de vestir ropa traída de otros lugares.
   Corté unos jeans, los cavé, mis túnicas descansan mientras me pongo remeritas cortas, corpiño push-up, sandalias con plataforma y rodete deslizante. Así me saludaban con sonrisa, que parecía querer decir, “Ahora sí sos de acá".
   Fui de copas sola, al único boliche del pueblo, alguien me miraba, otros también miraban, pero alguien insistía. Me dio temor que ese alguien pensara en mí como una puta de ocasión.
   Me acerqué a su lugar y le grité: —Yo no soy ninguna puta, a pesar de tu mirada descarada. Si querés algo de mí no seas hipócrita y dale para adelante.
   Los clientes, ante mis gritos, se pusieron contra la pared. Salí con los tacones de costado (no sé caminar con tacos altos) antes fui a pagar y me dijeron que alguien pagó todo.
   Afuera hacía frío de bosque, la bruma no permitía ver hacia donde era mi casa. Escuchaba pisadas, alguien me seguía. Tomó mi mano, dijo saber el camino. Una novia suya vivía en mi casa antes que yo la comprara. —¿Y qué pasó con tu novia?
   Triste dijo: —Se fue de mí y de aquí.
Con curiosidad pregunté: —¿Con alguien?
Su furia crecía y desvariaba: —¿Cómo me preguntás eso?
   No sé por qué le di un beso, para atenuar su desdicha tal vez. Me llevó hasta un árbol tallado con el nombre Julieta. Él pasó sus dedos por el tronco.
   Dormimos juntos y llegamos a estados cósmicos.
   Por momentos me decía Julieta y miraba con ojos eternos. Acepté ser su Julieta.
   Cuando terminamos lo que recién empezaba me llevó hasta el auto. Las sombras de los álamos, las acacias, nos despedían con respeto y belleza. Saqué los brazos al aire, el viento soplaba cálido y alguien manejaba. Lejos del pueblo, cerca de vaya a saber.

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