Todos los
matices, como una vida, como cualquier vida. Por eso lo compró, invirtió el
dinero que tenía para sus vacaciones. Lo colgó en medio de una pared blanca,
único cuadro en la casa. El único sillón que le dejó el divorcio lo ubicó justo
enfrente. Cuando miraba concentrado, descubrió algo de su pasado, de su
presente y nada de su futuro.
Desde la
posesión del cuadro sintió que no era el único que moraba en esa casa de
aristas similares a espadas acechantes. Sonó el último timbre que olvidó quitar,
abrió mecánico.
—Buen día señor,
los conteiners de afuera ¿Ud está seguro que los quiere tirar?
Él contestó
sonambuleando:
—Sí, es obvio,
sino vivirían conmigo, dentro de casa, tome lo que desee, ellos están en
libertad.
Al hombre le
pareció extraña la respuesta, escuchó cerrar la puerta con firmeza sin ruido.
Volvió al cuadro, encontró en un rincón lluvia dibujada. Abrió la ducha del
baño. Lo vio diferente en el cuadro, la lluvia ahora era verdadera.
La bañadera
rebalsó hasta el sillón, cuando sintió los pies mojados decidió meterse, le
haría bien, pensó, sumergió hasta la cabeza y con una navaja encontrada hendió
la carótida. Se incorporó, vislumbró el cuadro, la palabra dibujada era FUTURO.
Al hombre que
vaciaba los conteiners, le llamó la atención el agua roja que salía debajo de
la puerta.
Cargó casi todo
en su camión.
El motor parecía
decir:
—No es problema
mío. No es problema mío. No es problema mío.
Era noche
cerrada con niebla.
Chocó con un
semáforo, lo vio un Policía que dijo:
—Terminé mi
turno, no es problema mío.

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