Salía todos los
días, a las cinco de la tarde.
Vivía casa por medio de la mía.
Se sentaba en su
umbral y yo en el mío.
Cuando él miraba
a otro lado, yo lo miraba y cuando yo miraba a otro lugar, él me miraba. Nos
daba vergüenza y mirábamos hacia enfrente, como buzones quietos.
El mismo día que
me aburrí yo, se aburrió él. Igual nos sentamos, como siempre.
Se acercó y me
preguntó, si no podíamos jugar al denenti. Después vinieron las figuritas a la marchanta,
las revistas mejicanas, el patrón de la vereda.
Aparecieron
nuevos vecinos, amigos y nuestro dúo se disolvió en los demás.
Cuando me di
cuenta yo, se dio cuenta él. Y la recurrencia hizo, que estemos sentados, con
más de medio siglo de vida, tomando café en cualquier bar, o en el mismo de
siempre.

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