La voz se
escuchaba, pero él estaba en otra parte. Cuando está triste de sapos tragados
en la facultad o en el trabajo, me doy cuenta y pregunto poco. Sé que prefiere
el discurso en solitario. Mis palabras interfieren el orden que quiere dar a su
pensamiento raspado, dolorido o cansado. Pasados los relatos grises aparecen
colores de alguna anécdota que hace reír primero despacio. Después los cuentos
se enciman y los nutrientes del joven cantan rodadas a carcajadas.
Hoy no. Varios
días atrás fue un chico más joven que él, con su máquina nueva y sus agujas.
Todas las tardes mirando y preguntando y él le enseñaba sobre el trabajo,
acerca del diseño, de la asepsia, de todo lo que al oficio se refiere. La
última tarde le calibró la máquina y le regaló una bandejita, él lo miró como a
un maestro, con los ojos brillantes y contentos. Empezaba a trabajar en unos
días. Apretaba sus ganas en la motito que andaba seda y prudente. Mientras
cruzaba, un tachero con luz roja siguió su odio en rojo y partió una moto y una
vida. Y tardó esa vidita en irse, tal vez dios quiso que sufriera un poco más.
Me preguntó
porqué lloraba, si yo no lo conocía. De veras, qué tonta soy, qué importa que
un imbécil apurado termine aplastando una promesa, total, yo no sabía quién era
el chico y accidentes hay todos los días.
Soy una estúpida
sin remedio, cómo cargar con tanto dolor por un episodio sin retorno. A mí qué
me importa la tristeza de esa voz en otra parte, si seré boluda, qué me importa
la muerte de un desconocido joven. Tonta soy ¿Cómo lamentar una semilla que me
es ajena? No tengo porqué cargar en la mochila con la máquina calibrada, las
agujas y aquel duelo ajeno que me es propio. Ocurrió el jueves, por eso escribo
lo que me contó el tragasapos castigado. Qué boluda soy, me robó la moto rota,
la mochila destruida y no sé quien más, que lloro y lloro en una bandejita
regalada.

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