jueves, 7 de abril de 2022

¡CÓMO TE BORRÁS, DIOSITO!

 

   La voz se escuchaba, pero él estaba en otra parte. Cuando está triste de sapos tragados en la facultad o en el trabajo, me doy cuenta y pregunto poco. Sé que prefiere el discurso en solitario. Mis palabras interfieren el orden que quiere dar a su pensamiento raspado, dolorido o cansado. Pasados los relatos grises aparecen colores de alguna anécdota que hace reír primero despacio. Después los cuentos se enciman y los nutrientes del joven cantan rodadas a carcajadas.

   Hoy no. Varios días atrás fue un chico más joven que él, con su máquina nueva y sus agujas. Todas las tardes mirando y preguntando y él le enseñaba sobre el trabajo, acerca del diseño, de la asepsia, de todo lo que al oficio se refiere. La última tarde le calibró la máquina y le regaló una bandejita, él lo miró como a un maestro, con los ojos brillantes y contentos. Empezaba a trabajar en unos días. Apretaba sus ganas en la motito que andaba seda y prudente. Mientras cruzaba, un tachero con luz roja siguió su odio en rojo y partió una moto y una vida. Y tardó esa vidita en irse, tal vez dios quiso que sufriera un poco más.

   Me preguntó porqué lloraba, si yo no lo conocía. De veras, qué tonta soy, qué importa que un imbécil apurado termine aplastando una promesa, total, yo no sabía quién era el chico y accidentes hay todos los días.

   Soy una estúpida sin remedio, cómo cargar con tanto dolor por un episodio sin retorno. A mí qué me importa la tristeza de esa voz en otra parte, si seré boluda, qué me importa la muerte de un desconocido joven. Tonta soy ¿Cómo lamentar una semilla que me es ajena? No tengo porqué cargar en la mochila con la máquina calibrada, las agujas y aquel duelo ajeno que me es propio. Ocurrió el jueves, por eso escribo lo que me contó el tragasapos castigado. Qué boluda soy, me robó la moto rota, la mochila destruida y no sé quien más, que lloro y lloro en una bandejita regalada.

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