viernes, 26 de abril de 2013

PREFERIBLE


      Habían reservado una habitación con camas separadas. El hombre era de pocas palabras. La mujer tenía un apellido diferente al hombre. Vestían como llegados de la ópera, cantaban o destrozaban pasajes de la ópera. El conserje les entregó las llaves, para que se fueran rápido y los huéspedes no presenciaran otros desatinos. Una pareja de edad madura, a él parecía que le habían cocido la sonrisa, ella lo reemplazaba con sonrisas tribales y triviales. No bajaron desde su llegada, pedían servicio de comida al dormitorio, desayunos ampulosos cuando despertaban.
     
      El séptimo día los inquietó a todos. Hablaban con gritos de odio, parecían competir en los ruidos, cristales que se estrellaban, muebles desplazados de un lado a otro, hasta escuchar el sonido de árboles partidos por un leñador torpe. Los improperios bajaron decibeles y cambiaron por elogios susurrados que concluyeron en voces ahogadas. Los huéspedes se agolpaban en los pasillos. El conserje pidió a todos retornar a sus habitaciones. Cuando lograron abrir, el espectáculo que vieron los puso blancos, previo al desmayo. El hombre había matado a la mujer con un cuchillo en el estómago, ella usó el mismo método, parecía un pacto hermético y final.

      Alguien decía que fue por una deuda de juego. Otro lo atribuyó al mal genio del hombre y a la histeria de la mujer. Un tercero aseveró que eran traficantes. A nadie se le ocurrió que el amor poseía caminos infinitos y diversos. El hotel debió cerrar por seis meses a causa del mal perfil y el personal traumado.

      Se hospedaron en el hotel el Sr. y la Sra. Hardley. Les tocó la habitación de aquel suceso. Al conserje le parecieron gente de fiar, demasiado  “aburrido casado”. El tragaluz que había sobre la puerta de la habitación de los Hardley estaba abierto. Cuando pasaba por el pasillo, la camarera pudo oír la voz de la Sra. Hardley, una voz tan descontrolada, tan gutural y quejumbrosa que se detuvo y escuchó como si la vida de aquella mujer corriera peligro. El sr. Hardely estaba en el baño haciendo pis. La camarera tuvo un ataque de pánico y se puso en cuclillas, pudo ver que ella también se había hecho pis. No le pareció nada tener que limpiar la alfombra, antes que limpiar sangre, preferible.

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