Habían reservado una habitación con camas
separadas. El hombre era de pocas palabras. La mujer tenía un apellido
diferente al hombre. Vestían como llegados de la ópera, cantaban o destrozaban
pasajes de la ópera. El conserje les entregó las llaves, para que se fueran
rápido y los huéspedes no presenciaran otros desatinos. Una pareja de edad
madura, a él parecía que le habían cocido la sonrisa, ella lo reemplazaba con
sonrisas tribales y triviales. No bajaron desde su llegada, pedían servicio de
comida al dormitorio, desayunos ampulosos cuando despertaban.
El séptimo día los inquietó a todos.
Hablaban con gritos de odio, parecían competir en los ruidos, cristales que se
estrellaban, muebles desplazados de un lado a otro, hasta escuchar el sonido de
árboles partidos por un leñador torpe. Los improperios bajaron decibeles y
cambiaron por elogios susurrados que concluyeron en voces ahogadas. Los
huéspedes se agolpaban en los pasillos. El conserje pidió a todos retornar a
sus habitaciones. Cuando lograron abrir, el espectáculo que vieron los puso
blancos, previo al desmayo. El hombre había matado a la mujer con un cuchillo
en el estómago, ella usó el mismo método, parecía un pacto hermético y final.
Alguien decía que fue por una deuda de
juego. Otro lo atribuyó al mal genio del hombre y a la histeria de la mujer. Un
tercero aseveró que eran traficantes. A nadie se le ocurrió que el amor poseía
caminos infinitos y diversos. El hotel debió cerrar por seis meses a causa del
mal perfil y el personal traumado.
Se hospedaron en el hotel el Sr. y la Sra. Hardley. Les tocó la
habitación de aquel suceso. Al conserje le parecieron gente de fiar,
demasiado “aburrido casado”. El tragaluz que había sobre la puerta de
la habitación de los Hardley estaba abierto. Cuando pasaba por el pasillo, la
camarera pudo oír la voz de la Sra. Hardley ,
una voz tan descontrolada, tan gutural y quejumbrosa que se detuvo y escuchó
como si la vida de aquella mujer corriera peligro. El sr. Hardely
estaba en el baño haciendo pis. La camarera tuvo un ataque de pánico y se puso
en cuclillas, pudo ver que ella también se había hecho pis. No le pareció nada
tener que limpiar la alfombra, antes que limpiar sangre, preferible.

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