Hubo dos razones
por que perdí a mis amigos de muchos años. Las separaciones se dieron por
cuestiones de dinero. A mí no me interesaba ni me interesa, pero a la gente que
me rodeaba, el dinero la subyugaba.
La primera
historia fue la de Kitty, vivíamos en un edificio de una sola planta, recortada
con vegetación y un patio común. Ella llegaba de su trabajo en una Escuela
Rural, con la desesperación que se dibuja en la cara, cuando la impotencia
abruma. En aquel momento algo había que hacer, el núcleo de nuestras angustias,
era que su pareja y la mía, cuando no trabajábamos cuidábamos nuestros hijos.
Apenas nos alcanzaba para lo que dio en llamarse clase media baja. Kitty
estudiaba Psicología, metía sus chicos en una Guardería por la mañana y a la tarde,
bien tarde, los retiraba su marido.
Hacíamos salidas
internas de una casita a la otra y programábamos viajes que se fueron
diluyendo. Apenas la veía, siempre estaba por dar exámenes y tenía la costumbre de prender la
televisión, como si fuera una luz que nadie miraba. Tanto Kitty como Rafa, me
ayudaban un montón con mis depresiones constantes. Hacía una semana que no me
bañaba, todo el día en camisón y acostada en un sillón verde. Una tarde de
verano me asusté, fue culpa del Rafa, que trabajaba en un Banco y era
Psicoanalista, se acercó a mi sillón reptando y dijo despacio: —¿Qué tal si te
pegás un baño, te cambiás la ropa y charlamos un rato tomando un café?
No sé si fue su
voz convincente, pero seguí la ruta que dibujó. Me dio el nombre de un Psi, que
después de mucho trabajo, me agarró de los pelos y me subió a la superficie.
Desarrollé actividades. Terminé las Pedagógicas. Hice Teatro. Aparecieron
nuevas amistades. A Kitty la veía en asados programados y hacíamos resúmenes de
nuestras vidas, que de a poco se volvieron algo más que ajenas.
Nos mudamos a
otro Pueblo, donde el paisaje inundaba la vida. Kitty vino dos veces de visita,
cuando murieron mis Padres y otra visita porque sí. La asustaban las arañas,
los mosquitos, las culebras. Cuando se recibió, entró a laburar en un
Ministerio, tan corrupto como todos.
Amasó su dinerillo, el Rafa amasaba
compulsivo. Fuimos dos o tres veces a nuestra antigua Ciudad, a la casa de los
chicos y de otros amigos también. Portaban sus dineros colgando de sus cuellos,
con cadenas, cadenitas, dijes, medallones, pulseras, anillos, casas suntuosas,
ropa de marcas caras o importadas. El tema que se hablara, siempre centrado en
el dinero.
Nosotros
quedamos afuera, no nos vestíamos, nos cubríamos. Jamás usábamos reloj, ni
zapatillas suntuarias. En este Pueblo donde vivo ahora, están en lo mismo. Si
vas bien vestida está todo bien, si preferís el botón sin coser o remera sin
cuello, olvídate. A nuestro hijo que eligió vivir allá, no le calienta nada: —Pero
Mamá tenés los años que tenés y todavía no aprendiste, cagate en los que
quieran aparentar.
Le voy a hacer
caso. Un día de buen humor la llamé a Kitty, a su palacio y la respuesta que
recibí fue así: —Disculpá, pero tenemos el tiempo justo para llegar a la Ópera,
después te llamo.
Kitty no llamó nunca
más.

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