miércoles, 18 de septiembre de 2019

EL SILLÓN VERDE



   Hubo dos razones por que perdí a mis amigos de muchos años. Las separaciones se dieron por cuestiones de dinero. A mí no me interesaba ni me interesa, pero a la gente que me rodeaba, el dinero la subyugaba.
   La primera historia fue la de Kitty, vivíamos en un edificio de una sola planta, recortada con vegetación y un patio común. Ella llegaba de su trabajo en una Escuela Rural, con la desesperación que se dibuja en la cara, cuando la impotencia abruma. En aquel momento algo había que hacer, el núcleo de nuestras angustias, era que su pareja y la mía, cuando no trabajábamos cuidábamos nuestros hijos. Apenas nos alcanzaba para lo que dio en llamarse clase media baja. Kitty estudiaba Psicología, metía sus chicos en una Guardería por la mañana y a la tarde, bien tarde, los retiraba su marido.
   Hacíamos salidas internas de una casita a la otra y programábamos viajes que se fueron diluyendo. Apenas la veía, siempre estaba por dar  exámenes y tenía la costumbre de prender la televisión, como si fuera una luz que nadie miraba. Tanto Kitty como Rafa, me ayudaban un montón con mis depresiones constantes. Hacía una semana que no me bañaba, todo el día en camisón y acostada en un sillón verde. Una tarde de verano me asusté, fue culpa del Rafa, que trabajaba en un Banco y era Psicoanalista, se acercó a mi sillón reptando y dijo despacio: —¿Qué tal si te pegás un baño, te cambiás la ropa y charlamos un rato tomando un café?
    No sé si fue su voz convincente, pero seguí la ruta que dibujó. Me dio el nombre de un Psi, que después de mucho trabajo, me agarró de los pelos y me subió a la superficie. Desarrollé actividades. Terminé las Pedagógicas. Hice Teatro. Aparecieron nuevas amistades. A Kitty la veía en asados programados y hacíamos resúmenes de nuestras vidas, que de a poco se volvieron algo más que ajenas.
   Nos mudamos a otro Pueblo, donde el paisaje inundaba la vida. Kitty vino dos veces de visita, cuando murieron mis Padres y otra visita porque sí. La asustaban las arañas, los mosquitos, las culebras. Cuando se recibió, entró a laburar en un Ministerio, tan corrupto como todos.
    Amasó su dinerillo, el Rafa amasaba compulsivo. Fuimos dos o tres veces a nuestra antigua Ciudad, a la casa de los chicos y de otros amigos también. Portaban sus dineros colgando de sus cuellos, con cadenas, cadenitas, dijes, medallones, pulseras, anillos, casas suntuosas, ropa de marcas caras o importadas. El tema que se hablara, siempre centrado en el dinero.
   Nosotros quedamos afuera, no nos vestíamos, nos cubríamos. Jamás usábamos reloj, ni zapatillas suntuarias. En este Pueblo donde vivo ahora, están en lo mismo. Si vas bien vestida está todo bien, si preferís el botón sin coser o remera sin cuello, olvídate. A nuestro hijo que eligió vivir allá, no le calienta nada: —Pero Mamá tenés los años que tenés y todavía no aprendiste, cagate en los que quieran aparentar.
   Le voy a hacer caso. Un día de buen humor la llamé a Kitty, a su palacio y la respuesta que recibí fue así: —Disculpá, pero tenemos el tiempo justo para llegar a la Ópera, después te llamo.
   Kitty no llamó nunca más.

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