La espiaba por
la cerradura, y salía sin olvidarme las llaves, pero sí las carpetas. Mientras
ella llamaba al ascensor, yo ya estaba a su lado, me intrigaba su vestimenta,
toda gris y si hacía frío, agregaba un chaleco negro, llevaba una vincha oscura
y una cola de pelo triste.
—¿Usted trabaja
en un Colegio religioso?
Se quedó de
perfil y con voz de aburrida y sola, contestó: —Mi nombre es Marina, vivo
enfrente de Ud. Pertenezco a la Congregación de Monjas, con voto pero sin
hábito. Entrego mi vida a Dios, que me salvó la vida, por eso mi pensamiento
reza y reza sin cesar. Hay de mi congregación que se casan, pero no quieren tener
hijos. Está vedado a nuestro Protocolo bíblico, por respeto a los niños que
andan la vida sin padres, según dios y algunos hombres buenos, sin dios, eligen
adoptar. Le llené la cabeza con mi vida y creencias. Le pido que me perdone,
hablo sólo con dios, pero él tiene la costumbre de hablar con todo el mundo a
la vez. Se desencuentran los pedidos con los agradecimientos. Hay una mezcla
que hasta el propio Dios, tiene mareos y otitis o le sangra la
garganta, de tanto hablar y hablar. Está grande y bastante cansado de repetir siempre
lo mismo, que es racional, divino y las personas preguntan, piden, ruegan,
exigen. Yo en su lugar los mandaría a la mierda, pero su paciencia es infinita.
Me quedé
pensando en cuánto hablaba, pero cuando le vi esa cara de armonía, de generosa
y de loca, me dieron ganas de decirle:
—¿Y si hoy
faltás al Convento? Te invito a ver cuatro películas cortas de Charles Chaplin
y dos de mi querido Buster Keaton.
Se le puso el
contorno de todo el cuerpo brillante. No me di cuenta que íbamos por la plaza,
el sol del atardecer la iluminaba de atrás.
—Podemos ir
ahora y comprar pochoclos que son muy entretenidos para ver películas.
Me encantó la
monja, el hábito, el voto, todo eso no tenía importancia, su núcleo pasaba por
una ruta distinta. En el Cine fui atrevido y le toqué una mano y le pasé la mano
por el hombro. No dijo nada, sólo masticaba y se reía, como por primera vez una
niña.
Cuando salimos
tenía una sonrisa con todos los dientes saludando.
—No te creas que
no me di cuenta, no me molestó, igual prefiero que me pidan permiso.Ahora te
vas a sorprender, yo no soy una monja, soy atea convencida. Estoy ensayando una
obra de Teatro, que se llama: “Golpes a mi puerta”. Hay dos personajes que son
dos religiosas, o monjas, como más te guste. Hay una de ellas, la mía, que me
cuesta incorporar y me comporto como mi personaje, hace un mes que decidí este
método. Y vos me ayudás, ¿vos sabés lo que hago?, te espío por la cerradura y
salgo cuando vos salís. Mi personaje tiene que simular, subyacente y callada,
que está enamorada de un joven que ellas esconden en su casa, de una
persecución.
Allí Marina no dijo más nada.
—No sabés cuánto
te debo, mi monja se está enamorando de vos, pero no yo, la actriz. ¡Qué me
contás!
Flasheé unos
segundos: —Marina, a mí me pasa lo mismo con vos, pero no como actor, como
hombre. ¡Qué me contás!

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