domingo, 22 de septiembre de 2019

LOS PUCHOS



   Eran mujeres, algunas amigas de otras, de esas que cambian el departamento cada dos años. Las del 3° B, mientras jugaban a la canasta, daban noticias de los otros pisos, eran tóxicas.
   —Va la del 2° A, con un nene en cochecito, te digo, Pirucha, que ese armatoste, jode lo más que puede y el llanto del bebé. La chica está deprimida, el Padre se fue con el hartante: “Voy a comprar puchos”. La chica tiene los ojos hinchados, no de llorar, si no de las piñas del tipo, una en cada ojo, parece un mapache. Ayer lloraba tanto el bebé en el ascensor, que le cerré la boca con cinta de embalar. La Madre estaba catatónica, no ve, no habla, no escucha, mira el techo. Ayer pasó algo diferente en su vida, entró el tipo, ella se hincó y decía: “Perdoname, perdoname”, le pegó una trompada en la quijada mientras le decía: “Hacelo callar o lo tiro”.
   —La pasé de prima, tu hermana Vera me felatió, como a vos ni se te ocurre, claro que después le tuve que devolver el favor. Tenía feo gusto y mal olor. Llenamos la bañadera con espuma y nos metimos los dos, hicimos la felicidad, ella casi se ahoga, pero no le importó, siguió y siguió, hasta que la piel me quedó como papel crepe. Me fui sin saludar, no me quedaron fuerzas. ¿No te pone contenta que haya vuelto? Uy, me olvidé, voy a comprar puchos.

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