Eran mujeres,
algunas amigas de otras, de esas que cambian el departamento cada dos años. Las
del 3° B, mientras jugaban a la canasta, daban noticias de los otros pisos,
eran tóxicas.
—Va la del 2° A,
con un nene en cochecito, te digo, Pirucha, que ese armatoste, jode lo más que
puede y el llanto del bebé. La chica está deprimida, el Padre se fue con el
hartante: “Voy a comprar puchos”. La chica tiene los ojos hinchados, no de
llorar, si no de las piñas del tipo, una en cada ojo, parece un mapache. Ayer
lloraba tanto el bebé en el ascensor, que le cerré la boca con cinta de
embalar. La Madre estaba catatónica, no ve, no habla, no escucha, mira el
techo. Ayer pasó algo diferente en su vida, entró el tipo, ella se hincó y
decía: “Perdoname, perdoname”, le pegó una trompada en la quijada mientras le
decía: “Hacelo callar o lo tiro”.
—La pasé de
prima, tu hermana Vera me felatió, como a vos ni se te ocurre, claro que
después le tuve que devolver el favor. Tenía feo gusto y mal olor. Llenamos la
bañadera con espuma y nos metimos los dos, hicimos la felicidad, ella casi se
ahoga, pero no le importó, siguió y siguió, hasta que la piel me quedó como
papel crepe. Me fui sin saludar, no me quedaron fuerzas. ¿No te pone contenta
que haya vuelto? Uy, me olvidé, voy a comprar puchos.

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