Están saltando
en las camas y se tiran con almohadones, se ríen con esas risas, Juan Pedro y
Griselda. Dos hijos que nacieron dentro de mi panza y están en mi corazón.
Me estiro y me
desperezo, quiero verlos desayunar, se cuentan secretos antes de ir al Colegio.
Me parece que los dos tienen sus amores incipientes, o no es así, son
apasionados como adultos, pero jamás se dan besitos. Hacen anillos con papeles
dorados de alfajores y se prometen cosas que parecen de juguete. Yo me los
imagino, al Colegio no puedo entrar. Pero hay tanto de ellos en casa, me
encontré con los anillos de papel, iguales a mi infancia, con compañeros de
clase.
Ya volvieron del
Colegio, Juan Pedro y Griselda tiran el té con leche y lo dejan sobre la mesa,
para que nadie se dé cuenta de la infracción. Encuentran el tarro de dulce de
leche y con una cuchara sopera, salen al jardín y se esconden detrás de los
mismos arbustos que crecieron con ellos. Comen el dulce de leche, una cucharada
para Juan Pedro y la próxima para Griselda. Hasta que llegan al cartón no
paran. Siguen raspando y empalagados le dan el tarro al perro de al lado. Me da
pena ese perrito, siempre lo dejan afuera y le pasa la lengua al tarro, como si
estuviera lleno.
Los chicos
juegan a la escondida, Juan Pedro siempre le gana a Griselda, a veces la deja
ganar y ella, de contenta, intenta darle un beso. Juan Pedro corre ligero,
porque Griselda tiene dulce de leche alrededor de la boca.
Aparece una
chica que los cuida por la tarde, les hace hacer los deberes y también les
cuenta cuentos. A la chica le gusta que no miren la tele, que olviden los
celulares y ella misma, mientras les cuenta, patea abajo del sillón la
computadora.
Juan Pedro y
Griselda, representan el cuento, con disfraces de colores y bigotes de
carbonilla. Al final terminan los tres, representando el cuento terrible que
escucharon. Me gusta cómo los trata, ojalá que no renuncie.
Sin que nadie me
vea le dejo algunos pesitos, adentro de su mochila. Cuando Juan Pedro y
Griselda extrañan, me llaman a los gritos. Juan Pedro le dice a su hermana, que
aunque griten, yo no voy a estar.
—¿Cómo decís eso
si anoche me dio un beso en la cabeza?
Él la mira con
lástima, inventa. —Tenés razón, a mí, algunas veces, me arropa antes de dormir.
Griselda, que no
la corta con las preguntas y que le encanta mentir:
—Mami está siempre con nosotros, pero tiene poderes, casi
siempre se hace invisible, yo cierro bien fuerte los ojos y siento un viento
calentito, que pasa a nuestro costado y es ella, te lo juro por dios, que me
caiga muerta.
Y se hace una
cruz con los dedos índices, encima de la boca, después se chupa los dedos, algo
de dulce de leche le quedaba.

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