—Hace dos años
que estás y ni mis colegas notan alguna mejoría. Ocupás una cama, atención
personalizada, ya sé, ya sé, está todo pagado. Pero sabés que esta cama la
necesitamos. No desesperes y empieces a revolear objetos, tengo preparado un
experimento que debe funcionar, que debe funcionar, de lo contrario voy a
quedar en la calle, por más Psiquiatra, Psicólogo y no sé cuántas cosas más, si
me embargan el Instituto y la casa. Tu viejo para lo único que pone guita, es
para tenerte encerrada acá y no arruines su prestigio, sin honra, sobre todo
para organizar manifestaciones K. No me voy a ir por las ramas, porque anoche
lo podé y soy capaz de trepar al árbol, pensando que todavía están y cagarme de
un golpe en el suelo. Fue un lapsus lo de cagarme. Además yo no cago nunca, ni
sé por qué lo nombré.
—Victoria
Malchota, empezamos en una hora, quiero que estés en ayunas.
No sé qué le
pasa al Psi, ¿habrá tomado mis pastillas que hoy no las encontré? Me voy a
relajar con un Omm, multiplicado por tres, para no perder tiempo. Escucho sus
pasos de Timberland.
—Victoria
Malchota. ¿Cómo no te cambiaron el apellido? ¡Qué desagradable! Vamos a concentrarnos,
cerramos las ventanas, recostate en el futón, dejá caer los párpados despacio.
Quiero que te tires de cabeza, metafórico, claro, adentro de vos misma, odio
usar psicofármacos, pero te di una dosis menor, para que no me engañes como
hacés siempre. Dejá que te cierren los ojos y cuando diga tres, buceás por toda
tu cabeza y seguís hasta los pies. Vas a comenzar a hablar. Bien, contame lo
que veas y cuál es la forma que procede y la que precede también.
Tardé mucho en
hablar, al Psi le parecí dormida y a unos segundos: —Ahora veo el cerebelo, el
cerebro, mis pómulos huesudos, los dientes que costaron un auto, los conductos
de los oídos parecen sembrados de zapallo, los pobres no tiene salida, fueron
ametrallados con decibeles muy altos. Me resbalé por la garganta y casi quedo trabada
en hilos de tabaco negro. Pude deslizar por el esófago, que tiene una giba y después
los intestinos, un incordio de grosores, el corazón está como nuevo, si casi no
tiene uso, en mis pechos veo todo nublado, parecen plástico licuado, son buenos
para descansar, blandos y las tetas verdaderas, dos huevos fritos pegados a mis
omóplatos, me perdí de los riñones, el páncreas y la vesícula que ya no está,
del hígado queda poco. Los pulmones tienen alvéolos rellenos de piedras
alquitranadas, los ovarios relucen solitarios y el útero tuvo tantas visitas,
que debería tener una agenda. Después vienen las piernas, que son chuecas y en
los callos plantales, termina mi sumersión.
El Psi le
pregunta si no vio alguna neurona, algún trauma de la infancia, algún recuerdo
de adentro que no recuerde de afuera.
—Tengo vista
tísica, neuronas veo dos, son dos hembras que no creo que tengan hijos. Veo
tres glóbulos rojos, que andan a mil, para que pueda vivir. Son generosos y no
pueden parar, porque si abandonan una estación, voy directo a Cirugía. A la
entrada del útero recuerdo una cabeza, que es muy similar a la de un novio de
mi Mamá. Lo más terrible que vi en este viaje, es que adentro de mi panza, vive
un bebé de cuatro meses.
—Victoria, yo te
doy el alta, pero te derivo a un Psi, que es especialista en casos perdidos.

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