martes, 10 de septiembre de 2019

LA MUDITA



   Le decían la Mudita y eso que ocupaba todo su tiempo hablando de los demás. Los vecinos eran su tema. Lo que escuchaba hablar entre ellos, cuando iba a pedir sal. Era la típica de al lado, que siempre necesitaba algo que le faltaba, un pedazo de manteca, la dirección del oculista que seguro no la perdió. Sus pretextos eran varios y en momentos inoportunos. Como cuando fue a lo de Inés, que después de cinco años la invitó su marido a un polvo rapidito. Tocó el timbre la Mudita, en mitad de la forreada. Se fue sin decir nada y de los nervios, al marido de Inés, el forro se le pegó en el techo.
   Jugaban a la canasta los jueves y mientras la Mudita barajaba, sacaba secretos de los demás, a veces se confundía, porque eran seis las familias y cada una tenía problemas, de infidelidad, exceso de odio, mentiras y las pavadas que contribuyen a hacer de la convivencia un infierno.
   La Mudita se apropiaba de los conflictos ajenos y los desparramaba sin piedad, siquiera con el paralítico que vivía solo y tenía un novio que lo visitaba con la asiduidad del enamorado. De ese se ponía Mudita, porque ella, alguna noche, se mandaba un touch y no go, “me quedo una semana”, decía el galancete y seguro que todas las noches le rompía el, el, el que todos sabemos y no entregamos con facilidad. Con ella era distinto, lo entregaba con felicidad.
   Un jueves, faltó la Mudita a la canasta, del árbol caído todos hacen leña, pero tuvieron miedo de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esa tarde se aburrieron. El descaro de la Mudita para contar sus chismecitos, hicieron que taza taza, cada una a su casa.
   No eran diferentes a la Mudita. No hubo una sola que no la fuera a visitar. A todas les extrañó que la casa pareciera abandonada, con olor a mucho tiempo que allí, no vivía nadie. Tocaron el timbre, golpearon y sintiendo que los golpecitos podían llegar a hacer venir abajo todo. Fueron a la única Inmobiliaria del Pueblo. Les aseguraron que ese lugar, no se habitaba desde hacía ciento cincuenta años, tal vez más. Nunca vivió una mujer “La Mudita”, ni en esa casa del Pueblo, ni en otro lugar, debió ser una alucinación que se contagiaron las seis mujeres. Nadie se resignó a la ausencia inexplicable.
   Los jueves quedaron como recuerdo y algunas se lo borraron. Entre ellas, dejaron de ser amigas. No se saludaron más y si tropezaban en la calle, ni pedían perdón ni “no es nada”.
   Del Pueblo se fueron de a poco, todos. No había más trabajo, ni negocios, ni Escuela. El viento sí se quedó y los yuyos ocuparon el Pueblo vacío, las casas se derrumbaron todas, menos una, tenía un porchecito, donde se escuchaba una silla de mimbre, que se hamacaba sola, sin nadie sentado, la Mudita contaba la historia del pueblo, que alguna vez hubo allí, pero ella no estaba. Sólo su voz en el viento, que hacía doblar los yuyos y las flores, por miedo a ser criticados. Ni yo, que escribo esta historia, no sé qué es verdad o mentira, tal vez algún lector generoso me ubique en tiempo y espacio. Tengo ciento cincuenta años, después de todo, en realidad, ya no  importa.

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