lunes, 22 de enero de 2018

DA IGUAL


   Era alto, rubio y espejado. La luz le provenía de adentro, de afuera o mezclaba mi imaginación con las ganas de conocerlo. Lo descubrí en una fiesta, bailaba solo, con una copa enorme de vodka. Se me ocurrió tomarlo de la mano y arrastrarlo hasta un sillón. No pesaba nada, tomé el resto de su copa. Saludé brindando con amigos y enemigos, por eso detesto las fiestas, la diversión es una paradoja, o una parajoda, da igual.
   Yo también bailé sola, pero cerca del sillón donde estaba él. Cuando sentí que si no bajaba de la calesita caía redonda al piso, me desplomé encima de él. Me dijo cosas al oído que nadie nunca, que era reflaca y fea, no tenían gracia mis movimientos, mis manos parecían de albañil, del pelo no habló, porque estoy pelada, ni de las pestañas ni de las cejas.
   No quise decir que tengo un linfoma y me hacen rayos y quimio y una farmacia de calmantes, que no alcanzan para olvidar este infierno. Por eso dejé que se  acostara en el sillón junto a mí, o encima, da igual.
   Cuando tuve náuseas me acompañó y me sostenía la cabeza y me decía que yo era una flaca divina, con un aura que iluminaba el mundo y a él, que sentía su propia ausencia y sufría más de lo conveniente. Yo era su panacea definitiva. Volvimos al sillón y nos dormimos. Cuando desperté le pedí a la dueña de casa, que limpiaba residuos fiesteros, ya no tenía fuerzas, le pedí que tapara a mi compañero. Ella me miró: —¿Qué compañero? Si estuviste sola toda la noche. Los demás éramos parejas.
   No le conté nada. Alto rubio y espejado me quiso o le di pena. Da igual.
   Fui directo al hospital cubierta con una manta, tenía olor a vodka. Sentí que una mano sostenía la mía, lo miré y era él. Me di cuenta por la luz que irradiaba, o me esperaba, da igual.
                                     

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