sábado, 20 de enero de 2018

LOS GRANDES NO ENTIENDEN


   El juego de la hamaca le mostraba el cielo cuando iba, y la tierra cuando volvía, el motorcito eran las piernas. Se encantaba con los alerces que con un poco más de impulso, llegaba a soñar las puntas y detenerse en los zorzales que se mecían color hora de la leche. Llenarse de piedritas los zapatos al detenerse para cruzar rápido, a la casa de la abuela. Siempre tenía la secreta esperanza de abrir la puerta y encontrar en el living al lobo feroz con el camisón y la cofia de la abuela. A ver con qué acompañaba la leche, seguro le agregaba café fuerte y tostadas fritas en manteca, envueltas con dulce de leche comprado, bien oscuro.
   Después, salir con el lobo a dar vueltas por el patio de la escuela y asustar los chicos, las maestras, la directora. Y ella de la mano de él para que vieran al lobo que tanto la quería y ni pensaba comerla.
   Él existía de verdad, pero era invisible a los ojos de los otros. La quería tanto que cuando ella se iba a dormir se sentaba en el alféizar de la ventana, para echar a los murciélagos que ambicionaban entrar cuando se dormía. Soñaba la pesadilla de los tres chanchitos cortando la panza del lobo para llenarla de ladrillos y coserla con agujas de colchonero e hilo sin sal. Cobardes los chanchos y ofendidos porque el lobo los comió enteros.   Tuvo hambre como cualquiera y les dio la oportunidad de no masticarlos para que al salir pudieran vivir. Mi papá pedía que me portara bien, porque él veía todo aunque yo no estuviera cerca de sus ojos. Llegó un día que mi papá me vio con el lobo y lo mató con tres tiros de escopeta. Me dolió la panza de tanto llorar y los brazos de palear tierra para su tumba.
   Le hice una cruz católica y una estrella judía, nunca supe qué religión tenía. Me divorcié de mi papá, como lo hizo mi mamá, años antes del asesinato de mi amigo. No quise ir a vivir con ella porque se casó con un hombre antipático con panza chanchuna.
   Me quedé con mi abuela que me llevó a Miramar de vacaciones. Yo le hacía poner su cofia de dormir y nos metíamos en el mar de la mano. Cuando nadábamos me recordaba a mi amigo lobo. Como ella tenía pelos en casi todo el cuerpo y dientes grandes, sentía felicidad como si él estuviera vivo.
                                                   

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