martes, 23 de enero de 2018

TROPEZÓN


   Las últimas palabras de la Psi fueron: —No te caigas más.
   Los días que voy a sesión me lesiono la rodilla, tropiezo con una piedra y luego vienen cantos rodados que no cesan de detenerse. Muchos creyeron que mi marido, cansado de mis protestas y maldiciones se dio el dulce gustito de la venganza. Mis vecinos y amigos pensaron que la justicia tarda pero llega. Es cierto que mis histerias exasperan a cualquiera, pero mi compañero sería incapaz de levantarme la mano. Él es incapaz de nacimiento, no pone el aparato de los mosquitos, porque una vez dormido se dirige a otros planetas mucho más felices que este.
   Ayer me caí porque no acostumbro usar la puerta para entrar a casa, salté la verja, quedé patas para arriba como la agonía de un insecto, las bolsas del súper, de allí venía, se abrieron, los frascos estallaron, los huevos se cascaron en el umbral. Mi marido, de pie, miraba lamentando su mermelada y los panes que rodaban a la cuneta. Seguía de pie, mirando las acacias. —Vos dirás en qué puedo ayudarte.
   La ira me hizo salir saliva de las comisuras. 
—Dame vuelta primero.
   Vi el retrato de un estúpido, tomó una pierna, la torció me sentó, acercó la escoba. —Agarrate fuerte, yo solivianto y te ponés de pie, luego juntás lo que cayó del súper, yo te abro.
   Entré como pude. Él se tiró en el sillón y puso la serie de Netflix que le cumple como un soldado.
   Le habló al aire, que debo ser yo seguramente. —Ché, por qué no le contás a tu Psi que te caés a cada rato? El que hace el esfuerzo de levantarte soy yo. Vos, que sos tan creyente, preguntale si no hay grúas para personas cayentes. 
                                                

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