—No recuerdo un
calor como éste, proviene de las paredes, del techo. El pronóstico de la Base Aérea
anunció 38°, yo siento 42° y el termómetro de casa se está rajando. –Decía Tota,
que bajó medio kilo en una hora-.
—Si dejaras de
hablar sentiríamos menos esto que no tiene nombre, es un fenómeno, mirá la pile!
Hace globitos como si estuviera por hervir.
—Podemos
aprovechar para tomar unos mates.
Mary le contestó
con fastidio sudado: —¿Y el cloro, y la mugre de los que se tiraron antes?
—El agua de la
canilla es peor, tiene cloro, ácido muriático y solvente para matar bacterias.
Me lo dijeron en la Facu, un Profe que sabe. Voy a traer al bebé para que se
refresque un poco, escuchá cómo llora: ¿Me permitís Mary?
Corrió con los
pies ampollados, durante el regreso el bebé hervía, no lo soportó y se le cayó
en el agua. Dio gracias que tenía hecho el curso de natación para bebés. El
hijo de Mary quiso salvarlo con una red que se usaba para sacar moscos de la
superficie, era de plástico, se derritió y el bebé cayó inerme al agua, no
salió más.
La madre pensó, “con
lo que me cobraron las clases, chorros.”
Todos quisieron
llorar, pero las lágrimas eran agua hirviendo. Se guardaron el dolor y
esperaron toda la noche ampollados. Corrieron brisas del Siroco. Cuando se
levantaron de las baldosas, los glúteos quedaron pegados al piso. Caminaron y
eran bombas de Carnaval, que al rozar los cactus reventaban y dejaban charcos de
humitos volcánicos.
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