—Ud disculpe, la
veo pasar todos los días con su bastón blanco. Tenía una hija ciega, pero no se
manejaba con tanta seguridad, la acompañaba alguna de sus hermanas, le
resultaba imposible hacer trámites y bajar por las sendas de minusválidos, le
daba vértigo.
—Ud que ve,
habrá notado cómo cambiaron los tiempos, son capaces de pisarla a una, por la
liquidación de la esquina, o por tomar un micro. La velocidad se incrementó y
trato de defender mis espacios. No me presenté, mi nombre es Clara. ¿Cuál es su
gracia?
—Mi gracia es
hacer fuck you cada vez que pago, o quiero cruzar una calle, me llamo Pietro.
Le adelanto que lo de los espacios es inviable, somos muchos, casi no quedan y
los que hay son ocupados por manifestaciones…
Pietro era el
dueño de una Panadería y Confituras. Clara pasaba todos los días y a él le
resultaba encantador, cómo detenía el tránsito con el bastón, se abría paso
entre las personas dándoles golpecitos en las piernas. Entraba al Banco como a
un palacio, en su cabeza por taba una cloche con flores verdaderas en un
costado. Le cedían un asiento de inmediato y le pagaban con dos custodios del Banco,
enamorados de Clara por su sutileza y buen trato.
Pietro perdió la
vista, andaba con el bastón que fue de su hija ciega. Tal vez un virus, a Clara
no le parecía prudente preguntar. Entró al negocio vacío. —No se enoje conmigo,
debo hacerle una confesión, que espero sepa guardar. No soy ciega, ni anteojos
preciso, pero los beneficios que recibo me gustaría compartirlos con Ud,
Pietro. Será un hálito de felicidad, es mucho mi descaro, pero yo sé que le
gusto y Ud a mí también. Jugaremos a bastonear y alguna otra cosa que guste…
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