De día no se me
ocurre nada, le doy de comer al gato, miro qué pájaros hay en el jardín, si
crecieron los tomates, los cebollines y el orégano. Es mi alimento básico. Tomo
un café negro y fumo un pucho rubio. El cuento que terminé anoche me pareció genial
y dormí contento. Ahora lo releo, es un mamarracho, tiene faltas de ortografía,
tachaduras mil. Parece un tobogán. El principio es inquietante, en la mitad se
corta el hilo y lo recupero con un final pura verdura.
Se hizo de
noche. Hay un material que me gustaría desarrollar para un cuento nuevo.
Comienzo con alguna dificultad, luego el personaje me atrapa y es quien decide
lo que viene, el tipo es un escritor que duerme de día y escribe de noche.
Fue premiado en
incontables concursos locales e internacionales, se pagaba los viajes para
asistir a recibir sus premios. Casi siempre eran estatuillas de yeso pintado,
lapiceras sin tinta, escuditos. Él pensaba que los premios eran un bodrio. Un
día decidió no presentarse más a ningún concurso, para gente chata ya se tenía
a sí mismo. Bueno el cuento, muy bueno.
Me transformé en
escritor y escribía casi doce horas por día. Dejé el baño diario, me hacía
perder tiempo. Eran notables mis uñas largas y negras, el alicate lleva su
tiempo. Tiré al basurín el peine, para que los pelos se me pararan y oxigenaran
mi cerebro.
Visité una
editorial prestigiosa. Las secretarias, asustadas, llamaron al editor. Me miró
de arriba abajo y dijo que me fuera a bañar. En el camino se me ocurrió un
cuento, se trata de un editor prestigioso con cara de pit-bull, un viejo puto,
bah...
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