lunes, 5 de mayo de 2014

MARGARITAS Y SIRENAS

     Era negra y me quería muchísimo, yo también.
     Su nombre: Luli.
     Cuando fui a vivir a una gran ciudad, me costó despedir a mis queridas tías, que hicieron de mi infancia un cuento.
      Llegar a la gran ciudad me hizo sentir enano. El primer tiempo me agobió el cemento, los ruidos de los autos, los micros, las sirenas. Pasado un tiempo, cuando escribía, los sonidos de la calle me fueron imprescindibles.
     Recibía cartas de Luli, cada vez que fallecía alguna tía. Tenía la delicadeza de no extenderse en el tema.

      Yo escribía artículos para algún diario y con eso subsistía. Mientras construía un libro, tan generoso, me daba pie para seguir la cuidadosa novela. Cuando se publicó fue un éxito de ventas, lo que gané me lo gasté. Aparecieron tres ediciones más. A pesar de esto quedé solo y sin un céntimo. Mi cuarto me agobiaba.

      Una mañana encontré a Luli, me abrazó eterno y me invitó a sus trabajos que se reducían a la limpieza de tres departamentos, cuyos habitantes trabajaban el día entero.
      En el primero Luli sacó dos vasos y vertió, con generosidad, el whisky más caro del mundo. Luego nos sentamos en los mullidos sillones y jugábamos un rato a “¿te acordás?” Las noticias del pueblo eran relatadas por Luli, con prudencia e ironía.
      Cuando llegamos al segundo, sobre la mesa había tres puchos con olor raro. Los fumamos, veneno no era. Pusimos un disco y bailamos como locos. Nos olvidamos de cerrar la puerta del departamento.
      En el tercero limpiamos todo, hasta los goznes de la puerta. Hubo mala suerte, cayeron los dueños. Sin mediar palabra, le pagaron y dijeron que no volviera más.
       Luli y yo fuimos a su casa, casi toda población negra, que saludaba a Luli con bonhomía.

      Cuando cobré lo de mis tías, la invité a visitar alguna isla que ella eligiera.
      Buscó la isla donde nacieron sus padres y allí fuimos. Visitamos tumbas, quince días y fuimos a la playa un día sólo.

       Ahora vendimos todo y compramos una casa antigua. Luli limpia y limpia. Todavía dice que su vocación real es la limpieza. La convencí de dejar el trapetón y dedicarse a bordar ranas y margaritas. Los días molestos son cuando Luli trae su familia. Son veinticinco. Le pregunté a Luli porqué los negros tienen más hijos que los blancos. Dijo que los negros tienen billones de espermatozoides.

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