Era
tan alto que sacó todas las puertas y decidió hacer arcadas en las aberturas,
para trasladarse de una habitación a otra, sin bajar la cabeza.
El problema que pensó solucionado, le
permitió caminar erguido. Sus cervicales descansaron. Brígido Arribas
desayunaba vino, almorzaba vino, tomaba vino tibio a la hora del té. Su andar
errático al pasar las arcadas, le producía sendos chichones azules, que casi
tocaban el cielo. Se vestía con túnicas largas, porque trajes para su altura no
existían. Detalle que no le importaba, nunca salía de la casa. Su alimentación
fue la herencia que le dejó su padre, una bodega de vinos exóticos que Brígido
Arribas degustaba el día entero. Cuando el mundo producía círculos a su
alrededor, caía sobre cuatro colchones, dispuestos uno a continuación del otro.
Sus vecinos, problemáticos como todos los
vecinos, juntaron firmas por que los ronquidos de Brígido Arribas,
les
impedían dormir. Llamaban a su puerta en vano, porque él no tenía interés en
escuchar bípedos enanos, reprochando sus sonidos nocturnos, que para Brígido
Arribas, eran sinfonías de alguien tan talentoso como él mismo.
Había un dejo de aburrimiento en su vida
de ermitaño.
Por la raja de la puerta vislumbró una
mujer calada de lluvia y frío. La piedad le hizo abrir la puerta e invitó a la
mujer a protegerse en su ermita. Le ofreció vino caliente con canela, aceptó
gustosa, su nombre era Rita Banaperder.
Una dama encantadora que le sugería que
el dios Eros existía. Durmieron juntos con todo respeto.
Rita Banaperder fue la primera en
despertar, preparó un mate de vino y le cebó a Brígido Arribas, que por vez
primera se sintió bien atendido, el mate no quemaba y la mujer sonreía.
Hablaron de cosas interesantes, como: lo
que mata es la humedad, cuándo dejará de llover, la ropa no se seca más y la
libertad de los gatos para andar los techos.
Brígido Arribas encontró que la mujer era
culta y distinguida, como sabia acostumbrada.
Al
cabo del día estaban totalmente beodos.
Ella pidió conocer la bodega. Brígido
Arribas propuso dormir en dicho lugar, mientras Rita Banaperder saltaba y
brincaba por la idea.
Hacía frío en la bodega, él ofreció
dormir sobre el piso y que ella tomara como colchón su cuerpo. Ignorando lo que
hacían, hicieron.
Brígido Arribas le ofreció casamiento,
ella contestó que eso era una antigüedad y una cobardía.
Fueron felices hasta que sus páncreas
estallaron.
Antes de morir se tomaron una copita de
Licor de Las Hermanas. Los vecinos extrañaron las sinfonías de ronquidos y
tenían insomnio con culpa, mucha culpa, muchísima.

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