Mi bisabuelo,
José Baltar, hizo estudios completos sobre la sumersión de naves. Hacía poco
tiempo del hundimiento del Titanic. Toda mi flia estaba en la Marina, Marina
Mercante, Marina de Guerra, Marina de Marina y marinero raso. Sus espíritus se
unieron, para crear el primer submarino de cuatro hélices, con residuos que
encontraron del Titanic.
Los más jóvenes,
bucearon las costas de China y Tailandia. Hallaron bloques de hierro, brújulas
del siglo anterior y piezas de orfebrería que daban cuenta de prácticas
submarinistas, que por razones desconocidas quedaron atrapadas en fondos
imposibles de acceder. Se reunieron en un inmenso portazepelines y cubrieron la
superficie con elementos que consideraron útiles para construir aquél sueño.
Era de Dios cómo encastraban las piezas de diferentes épocas.
Tardaron ocho
años y el Submarino, pintado de amarillo listo para sumergirse en mares
previstos. “José Baltar” se llamó la nave en honor al bisabuelo que cumplió su
sueño. Los pasajeros pertenecían a la flia, hombres, mujeres y niños. La
cabina, ocupada por los más avezados que, se encargarían de la conducción.
Se produjo la
inmersión. Todos miraban por las ventanillas admirando que debajo del mundo
había otro mundo, con tanta agua que prescindía del oxígeno. Se observaban pulpos
besando las ventanas, ballenas generosas
que dejaban entrar al submarino por la boca y salir por detrás. Tanta algarabía
distrajo a tripulantes y pasajeros de una turbulencia, que los incrustó en el
fondo de todos los océanos. Quedaron con vida dos niños con equipos de buzos,
de hierro y pulmones privilegiados.
No podían
hablar, fue traumático, a pesar de los años transcurridos, los ya adultos
sobrevivientes, callan olvidados del mundo que existe debajo de éste y otros
por descubrir.
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