martes, 12 de diciembre de 2017

PER SE


   —¿Te puedo dar un beso?
   Es débil, sin convicción, vos estás muerto por ella, soñás de día y de noche, la ves de lejos, está sola leyendo en un banco, se pone de costado y las piernas te vuelan. Vas despacio y le decís: —¿Te puedo dar un beso?
   Ella te mira los granos: —Rajá de acá, boludito.
   Si querías un acercamiento certero, le preguntabas: —¿Me podés decir qué hora es?
   Y ella con una sonrisa, te habría contestado: 
—Son las nueve.
   Vos le decías: —Gracias.
   Y ella: —De nada.
   Te ahorrabas el “rajá de acá” y el “boludito”.
   Pasan dos años, te seguís haciendo el bocho con la minita, dejaste de estudiar, de dormir, de hablar, para que todo el espacio lo ocupe ella, y vos imaginando cosas que van más allá de un beso. La ves sentada en el banco, desde hace setecientos días, siempre a la hora del sol. Hoy es Domingo, que es más triste que el Lunes, porque después del Domingo, viene el Lunes, que per se es tristísimo. Te dirigís al banco con paso firme, te sentás al lado, abrís el mismo libro que lee ella, en la misma página. Hacés rapidito una mancha de birome en la página que leen ambos. —¡Ay! Y es prestado, yo me muero. ¡Qué hago!
   La mina te mira: —¿No me mostrás en qué estado está tu libro?
   Vos se lo das tomándote la frente como el Pensador.
   Ella dice: —Están iguales, yo te doy el mío y vos me das el tuyo, a mí las manchas no me importan.
   Cuando intercambian vos le das un beso en la mejilla: —Gracias, sos un amor de persona.
   Ella te mira un poco asombrada, no tenés más granos, usás una barba suave y tu pelo es largo poeta. Es más, ni te reconoce.
   Con voz de gacela dice: —¿Y si vamos a tomar un heladito de limón acá en frente? Yo te invito… 
                                                          

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