Se había puesto
vulnerable con los años, la Sra Kilcat no vivía lejos del pueblo, pero sus
caminatas la hacían sentir cada vez más lejos. Se compró un sulky con dos
caballos de patas percheronas. Una noche escuchó que arañaban su puerta y sin
pensar, se levantó y abrió.
Una gata blanca
y negra, saltó sus pantuflas y se metió en el ropero escondiendo su miedo. La
Sra Kilcat, dejó que hiciera y prendió la leñera porque el frío pinchaba.
Sintió unos ruidos dentro del ropero y luego cuatro consecutivos, recién
nacidos, redonditos como ovillos de lana.
—Yo te bautizo
Caty. Vos y tus hijos, ya somos flia. Luego de veinte años de soledad, me
siento acompañada.
La gata la
miraba, mitad agotada, mitad temeraria. La Sra le contestó a la mirada: —Yo te
ayudo, te doy calor y comida, no me mires con inquina.
La gata,
indiferente, como todos los gatos, aceptó. Pero se metió ella y su cría en la
cama de dos plazas. Más protegida que el ropero. Le brindó una sopa tibia en la
mañana, mientras los críos se prendían a sus tetitas. Los dos más chicos
quedaban afuera hasta la segunda vuelta.
Fue al pueblo en sulky, para la compra diaria. Los
proveedores la querían por pertenecer a una flia rica, devastada por la crisis
del treinta. Ella era única sobreviviente, considerada un baluarte de la historia
pueblera.
Compró más que
de costumbre. Eso asombró a la gente que sabía todo y nada de la Sra Kilcat. En
todas las callejas había papeles que rezaban: “Interesante recompensa por
devolución de gata blanca y negra, preñada.” Cuando la Sra descubrió los
carteles tomó el sulky y en cinco minutos llegó a su rancho. En medio de su
agitación, contó a Caty: —Te buscan por doquier, Caty, a mí antes no me
interesaba nada, pero a la vejez viruela descubro imprescindible dormir con
todos Uds, no me gusta rogar, pero en este caso amerita. Duerman conmigo en
invierno y en primavera corran la floresta, las acequias y algún ratón
despistado. No se acerquen a la aldea, no es para asustarte, Caty, pero ha
llegado a mis oídos, que les encantan los asados de gato. Son herejes. Al no
haber vacas…
La gata le saltó
a la falda y ronroneaba con la felicidad de alguien que dejó de ser huérfana.
Los gatitos
repatingados, panza arriba, dejaban que el sol les matara las pulguitas.
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