Las Fiestas son
pabellones de días, donde no ocurre nada diferente a los días que vienen. Para
hacer como que existen, se hacen regalos tontos, abrazos mentidos, risas de
vino, champagne o sidra. (Qué asco la sidra). Los obligados arbolitos, con
bolas de colores, un año bolas rojas, otro doradas, otro árboles blancos o
pequeños y sucios en los negocios de “Comida para llevar” y Almacenes tan
tristes, tan falaces, tan kitch.
Siempre odié las
fiestas, conmemoro el 25, la Navidad de mi Papá, el día que nació, abriendo al
mundo su bonhomía y alegría.
Porque los otros
son tan robóticos y estos días, más diabólicos, impuros, descarados. Después es
cualquier día de oficina, donde hay un bueno cada 25 malos. Los cuetes, que
parecen tiros, las manifestaciones, gratuitas o pagas.
Hoy es Noche
Mala, perdón, Buena, tengo una botella de champagne, encima fumé tres porros
paraguayos al hilo y un bagullito de hachís francés. Me tiro a la pileta, hago
un tadásana perfecto. Miro los fuegos artificiales, cada vez más chicos, cada
vez menos plata. Nado por abajo, salgo y la bata azul me envuelve, me lleva a
la cama, miro una película de netflix “Merry Christmas”, espero el beso de mi
Abuela, hago de cuenta que soy niña y me duermo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario