Quintina me mandó una carta con letra
gótica. Exótica su invitación, me costó descifrar mi lugar de destino.
Pero la carta no vino sola, un joven de unos
veinte años se hizo presente. Fue contratado por Quintina como guía para no
equivocar cambio de aviones y esas cosas. Ella sabía de mi cobardía e
ignorancia. Y era cierto, me dio pavura cuando llegué. Era una mezcla de selva
con lugares citadinos y caminos que subían y bajaban.
Al llegar estaba ella, me abrazó como a una
hermana y algunos lagrimones se nos piantaron a las dos.
─Te va a encantar este lugar, hay calles con
negocios de ropa de seda, percal, terciopelo y modelos los que quieras. También
hay librerías donde todo está escrito en el idioma que les pidas. No es por soberbia,
pero te diré que soy políglota, me resulta fácil encontrar lo que busco. Vamos
ya. Quiero que lo veas todo. Cualquier cosa que desees comprar es tan barato
que no te deja cerrar la boca. Voy a dejarte sola, te vas a asombrar. Yo te
encuentro cuando concluya mis tareas en la esquina de esta ochava de colores.
Los negocios estaban llenos, las mujeres se
amasijaban para llevarse todo. Me dio asco presenciar esa competencia.
Elegí un camino de árboles con orquídeas y
lagos con nenúfares, lo raro es que estaba rodeada de alambre de gallinero, por
dentro había personas extrañas, disfrazadas de cualquier cosa, mucha lentejuela
y pedazos de telas desgarradas. Apareció una señora con aspecto de Directora y
me pidió que saliera, ese predio era un manicomio.
Seguí caminando en busca de otras cosas.
Encontré unas alfombras de Esmirna de colores implotantes, elegí dos y me las
llevé. Fue en ese lugar donde perdí mi carterón, dentro llegaba mis documentos,
el carnet de osde, el pasaje de regreso y mucho dinero de euros, mi pasaporte
incluido. Pregunté si alguien había visto mi carterón, no, nadie.
Apareció un señor distinguido llamado Ralph
Fiennes y era él mismo, el de las películas que más me gustaron.
─Se lo digo con todo respeto, tengo un avión
privado y un carterón igual al suyo, tal vez alguien lo escondió allí. En este
lugar ocurre lo que usted imagina. Venga, los motores están prendidos.
─Ralph, hicimos una película juntos, mi
nombre es Anya Taylor Joy, te invito a jugar al ajedrez, hasta la finalización
de este viaje. ¡Me olvidé de Quintina!
─No te preocupes, vive encerrada en el
manicomio de acá. Lo hace para evadir impuestos.

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