Entra con la
frente plegada, se escucha cómo el mentón aprieta los dientes, tiene los ojos
de acero gastado y la boca una sola raya seca. Cuando terminó de pasar:
—Escuchame bien,
de la puerta para afuera, dejaste la selva mugrienta del laburo y de la calle.
De la puerta para adentro, tenemos que sonreír, inflar los cachetes y reírnos
hasta que nos falte el aire, andá a lavarte las manos, la cara y los pies. Hay
una sorpresa que me llevó varios días ocultar. Como te vas cansado, llegás
cansado y te acostás boca arriba, como un muerto, no ves nada. Eso no
importaría, ni siquiera te das cuenta de mi presencia, Roberto, ¿entendiste mi
descripción?
Pobre Virginia,
tiene razón, ella siempre está contenta, toca el piano, canta sin desafinar,
habla sola con cualquier personaje inventado. Y yo soy un estropajo, a veces me
gustaría darle una alegría, pero cada vez que empiezo, ella me para el carro en
la mitad.
—¿Sabés qué
pasa, Roberto? Ahora soy yo la que no tiene ganas. Sos aburrido en tus métodos
y me quitás la alegría de pensar que tal vez, un día…quiero que veas esto.
Abrió las
ventanas de la casa circular, que daba a un jardín circular, rodeado de plantas
raras, que acariciaban el suelo y la cabeza. Hizo construir una pileta de
quince metros de diámetro, el fondo iba de los tres metros a los cinco metros
de profundidad.
Roberto se quitó
la ropa y se tiró de cabeza, apareció del otro lado, con flequillo de niño.
—Sos una genia,
Virginia, vamos hasta el fondo y nos damos un beso sopapa, como el primero.
Cuando llegaron
a la superficie, descansaron en unas colchonetas que compró Virginia. Ella
había diseñado la casa redonda, de una arquitectura talentosa, las ventanas
eran redondas. El escritorio, la biblioteca, el baño, el dormitorio, todo todo
tenía 360°. De pronto le llovieron proposiciones de trabajo de casas redondas.
—Roberto, me
retardé, el trabajo no me permite organizar mis horarios. Te cuento porque,
hace tanto que convivimos, sos mi mejor amigo. Debo discutir algo que me viene
sucediendo y sé que te va a alegrar. ¿Sabés quién es mi primer ayudante? Quiso
que yo fuese su mentora, ni bien lo vi me acordé, fue mi primer novio, pero no
pasamos más que de besitos, no se usaban las relaciones íntimas si no estabas
casado. Él me largó por una audaz que tenía buena disposición y ejercía su
sexualidad. Él, después de tantos años, trabajó en casa, en la pileta, eligió
el color de las malaquitas y es tan creativo que cuando inventó una zona
térmica, quiso que la probáramos juntos, dijo que así nos pondríamos al día,
con el tiempo perdido, en nuestro casto noviazgo. No sabés lo que es ese
hombre, entró tantas veces en mí, disfruté como nunca jamás. Te invito a que
mañana, nos mires como si tomaras un curso de instrucción, digamos. Él dijo que
sería una experiencia interesante, que descansemos los tres en la cama redonda
y hagamos en seco, lo que hicimos en el agua. ¿Qué te parece, Roberto? ¿No es
un genio?

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