domingo, 23 de julio de 2023

EN ALPARGATAS

 

   Iba con mis Abuelas de vacaciones y no me dejaban jugar con los hijos de los peones. Decían que tenían feas costumbres, sucias costumbres.

   A los doce seguí escribiendo historias del campo, con lenguaje citadino.

   —Nos gusta que vengas seguido,  el ojo del amo engorda el ganado.

   Me parecieron palabras esclavistas y los reuní a todos, les autoricé la casita vieja, para terminar el hacinamiento y la ganancia de cuatro parcelas, para cultivo y pastoreo de media docena de ganado vacuno.

   En medio de tanto silencio y amaneceres de pájaros y mugidos, tenía espacios en la cabeza, que promovían ideas para mis cuentos. Cumplí mis estudios de Letras a Distancia y viajaba a Buenos Aires para los finales.

   Mis Abuelas ancianas percibían ciertos cambios que los atribuían a la habilidad de su nieta. Algunos días me reunía con los peones, sus mujeres y niños. Comíamos juntos. Daba placer escuchar bombo y guitarras, las risas de los chicos.

   —Nena, estuvimos pensando que pasaras más días en Buenos Aires, sino te vas a quedar para vestir santos o peor, casada con un peón, te suponemos sensata. Tus dos libritos se vendieron bien.

   Pensé en el asco de Bs As y en los amigos de allá, cuyo único objetivo, era el dinero. Yo no tenía buena comunicación, ni ellos conmigo, antes de pasar una tarde en un Country, prefería tomar mate bajo el ombú, el perfume de los aromos y las mujeres sencillas, intoxicadas de eses, pero con historias de vida que usaba en mis cuentos. Después les leía algunos, donde aparecía la historia de una.

   —Qué lindo que sale ahí, donde lo escribiste, es lo que te conté pero con palabras más lujosas.

   Y otra decía:

   —A mí me gusta cuando usás mi nombre, pero me da vergüencita, ¿vistes?

   Eché raíces en ese lugar, aprendí a cambiar ruedas de tractor, gracias a Cayetano que me enseñó. A mí me sudaba la cara y él sacaba un trapo de por ahí y me secaba la frente. A la siesta, como decía Cayetano, íbamos al tanque australiano, quedaba lejos y nos metíamos con ropa y todo.

   Mis Abuelas no vinieron más.

   —Mirá, Nena, estamos muy ancianas para tanta zarandaja, alguna vez venite vos.

   Caminando entre girasoles, un día nublado iba con Caye, (le decía así para abreviar su nombre), se largó a llover, perdí una alpargata y el resbalón me hizo caer encima de Caye, fue la primera vez que le vi los ojos, siempre andaba con una boina enjaretada. Me quise morir, eran iguales al mar tranquilo, se vio que no me quería ayudar a salir de encima de él, me apretaba fuerte y el pecado original se hizo presente.

   Cuando mi panza no se pudo disimular, se produjo la boda, los dos quisimos que fuera diferente a todas. Vino el Cura del Pueblo, nos vestimos de blanco. Hicimos la plancha en el tanque australiano, cubierto de pétalos de rosa.

   El Cura decía:

   —Nunca asistí a una boda acuática. Después de esta herejía, si me permiten, soy un ser humano con calor.

   Y se tiró al agua con sotana y todo.

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