—Me nombraron
Canciller en Venezuela.
—Pero Quintina,
¿cómo no me avisaste? ¿Vas a venir aquí o te quedás allá?
—Voy para allá,
quiero ver a los chicos que ahora deben ser grandes. ¿Quién me nombró?, lo
ignoro. No sabés cómo me arrepiento de meterme en política. Los Cancilleres no
hacen ningún trabajo, el único privilegio es que podés subir a un avión e ir a
cualquier lado. Eso para mí, es un acto de corrupción.
—Quintina, me
estás contando todo. Sigamos esta conversación cuando nos veamos cara a
cara.—dijo Roberta.
Pensar que
estudió con mis libros y con los que yo le afanaba. Hice tres carreras y elegí
tener hijos, limpiar y preparar la comida. Lo llamaría “odio de casa”. Rolo me
ayuda, cuando retorna de su trabajo. Vuelve a las diez de la noche y a veces a
las cuatro de la mañana. Me pongo el camisón y tomo la pastilla. Cuando llega
escucho:
—Dios, qué cansado
que estoy, reventado estoy, creo que hoy no puedo hacer lo que hacemos los
viernes.
—Yo tampoco
puedo, me duele la cabeza, mucho menos sentir el olor de la Secretaria que
duerme con vos.
—¿Y cómo sabés,
Roberta?
—Me lo contaron
tiempo atrás. Viene perfecto para divorciarme. Me voy con Quintina para pasar
unos días en Venezuela.
—Te vas y me
dejás solo?
—No, con tu
Secretaria te dejo. Me compré un ajuar de ropa, vestidos largos y sandalias,
todo lo pagué con tu tarjeta. Quintina me invitó a las fiestas que hace la
Cancillería. Dijo que había un francés que te daba vuelta. Puede ser un francés
noble, haré lo posible para que me dé bola.
—Roberta, sos
una mujer vieja, lo que contás es peripatético.
—Yo no me meto
ni me importa tu vida, Rolo. Te pido que me lleves las maletas abajo, que está
Quintina con un Rolls Royce, prestado por la Cancillería.
Al francés, que
era un noble verdadero, le encantaron mis tetas caídas, mi culo inexistente, la
cara fruncida y la transparencia de mi esqueleto. El noble francés me dijo que
fue amor a primera fiesta y confesó que mi olor tanático lo volvió loco. Acá lo
llamarían cojomondongo. Allá es “Je t’aime Roberté”.

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