lunes, 30 de noviembre de 2020

EL PLACER Y LA CONDENA

 

   —Mirá Jorge, había un Señor que limpiaba los vidrios del lado de afuera y justo cuando te iba a decir que del piso dieciocho era un peligro suicida, se cortaron las dos sogas que sostenían una madera larga. El tipo cayó a la vereda y hay manchas de sangre en este vidrio.

   Jorge me dijo que carecía de importancia, contrataron a otro Señor para que haga el resto y también se cayó en la calle como una mosca.

   Los obreros son así. Es gente sin oficio.

   —Sofía, contame qué te trajo la Consulta.

   —Estoy triste y la tristeza me deja sin nada.

   Jorge replicó con voz de campana:

   —Vas a venir dos veces por semana.

   —¿Dos que pago por una?

   —No Sofía, la cifra es la misma multiplicada por dos.

   —Necesito ayuda, pisé sin querer a mi tortuga. Bajé del auto y la fui a ver, creí que estaba muerta, la llevé al Veterinario, elegí el mejor. La reconstruyó con titanio y la dejó internada una semana. Cuando la tuve conmigo, estaba sana, como recién nacida. Pensé que por su edad no tenía chance. Después seguí yendo al Veterinario, con cualquier excusa. Se dio cuenta y me propuso pasar esa noche con él. Le pregunté si me llevaría a comer. Me contestó que necesitaba una noche haciendo el amor. Fui una mujer ideal, según decía él. Me cortó la cara, no quería compromisos permanentes. Hablé con la tortuga y le pregunté. Fue muy interesante, la tortuga no me respondió, era como estar sola y allí me quedé sin ganas de nada. ¿Qué puedo hacer, Jorge?

   Me contestó que conmigo podía hacer lo mismo que el Veterinario,  pero como era un Psi ortodoxo, pareció contestar ensoñado. Se hizo un silencio largo y me di vuelta para mirarlo, estaba profundamente dormido y se roncaba todo. Traté de despertarlo. El muy petimetre me dejó hablando sola. No me escuchó nada, como habían pasado dos horas, le dejé su dinero multiplicado por dos. Elegí no seguir con las consultas. Me habló por teléfono y preguntó si todavía estaba vigente su invitación a acostarnos. Explicó que un Psi ortodoxo tenía su permitido, pasar una noche conmigo.

   Después se enamoró y vivíamos juntos. La única conversación consistía en un “sí” o “no”, nada más.

   Cualquier día me dijo que por ser menor, se le podía armar un quilombo de aquellos. Me echó como a un perro. Fui a casa y no salí de al lado del teléfono. Se me cansó la esperanza y no me dieron ganas de nada.

   Soy muy vengativa y le pisé su gato al Veterinario. Y a Jorge le maté el perro, quedó planchado en el medio de la calle. Volví a pasarle por encima. Después los llamé y les conté lo que había hecho. Ambos me reputearon y me cortaron en la oreja. No entiendo a los hombres.

   Les conté a todas las personas que conocía y los dos se quedaron sin ningún paciente. Qué chusma que es la gente, la noticia salió en todas las redes sociales.

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