martes, 3 de noviembre de 2020

ACUERDOS MENDACES

 

    Nos casábamos a la semana siguiente, Estaba preparada la Iglesia, las Invitaciones y comenzaron a llegar los regalos. El vestido de boda de mi Abuela, que después fue de mi Madre y ahora me miraba al espejo y todos elogiaban el parecido con mi Madre, sin oropeles.

   El día que llegué a la Iglesia, mi Novio se retardó. Cuando después apareció, vislumbré sus ojos indecisos. Estando frente al altar, el Sacerdote habló las clásicas preguntas que se daban en ese momento. En cuanto llegó su respuesta, dijo un “no” cerrado. Se retiró despacio y me saludaba con tristeza.

   —Esto no termina aquí, Elena…a lo mejor…

   Y desapareció.

   Entre el dolor y la vergüenza, fui a vivir al campo de mis Padres. Ellos decidieron mudarse y yo los acompañé. Seguí con mi fracaso a cuestas, estaba desolada. No podía despertar de aquella pesadilla. Un mediodía me pidieron que fuera a llevar las cartas de mi Madre, a sus amigas de la infancia.

   —Señorita, aquí hay un montón de correspondencia, ¿por qué no busca? Muchas fueron devueltas, por no encontrar el domicilio.

   Todas se dirigían a nombre de mi familia. Una en particular me llamó la atención. Llevaba una letra que reconocí enseguida: “Queridísima Elena: en tiempo de esta ausencia, me dieron muchas ganas de verte. Te pido perdón y me arrodillo a tus pies…etc. etc.”

   Sentí como si hubiera escrito aquel petimetre, por el que sufrí tanto. Un hombre de verdad, se casó conmigo, tengo cinco hijos.

   Por fin comprendí que el matrimonio, es un algo totalmente prescindible, realizado por la vieja cobardía de no saber vivir en soledad. Y la conclusión es que con mis hijos me divierto mucho y con mi Marido me aburro demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario