—Mamá, ¿podemos
hacer un pocito aquí?
—Si les divierte
sí. Cuando entren se sacan las zapatillas.
El pocito ya
estaba. Palearon los tres, competían con la tierra que sacaban. Llegaron al
tamaño de una pileta media. Prendieron la manguera y cuando llegó al borde, se
tiraron a bañar. Emergieron, esperaron al más chico, tardaba en salir,
demasiado. Tardó tanto que los vecinos lo esperaron alrededor. Siempre hay
alguno que dice lo que piensa:
—Hace horas que
estamos y no pasa nada.
Todos se fueron
dándoles a los Padres un anticipo de pésame. Empezaron a cavar más hondo, toda
la noche. Tan profundo que después no podían salir. Olvidaron un pequeño
detalle. ¿Cómo iban a subir, si la tierra comenzó a desmoronarse sobre ellos?
Los hermanos llamaron una transcavator. Nadie se animó a decirles nada.
—Miren, nuestra
máquina se está hundiendo, el hoyo se agranda, es un agujero negro.
Lo hermanos
lloraban y se abrazaban. Por un costado del jardín apareció el que faltaba.
—¿Cómo saliste?
¿Cómo no avisaste? Te dábamos por muerto.
El chico miró el
hoyo. Lo habían cubierto de tierra y después lo apisonaron.
—¡Qué
desperdicio de trabajo! Les voy a avisar a nuestros Padres.
—No te molestes,
porque ya no están, murieron en el derrumbe.
—¿En serio están
muertos?
—Bien muertos,
no dieron señales de vida.
El más chico
dijo:
—Hay que pensar
en el sepelio y en este caso, no pagamos nada. Están enterrados, les plantamos
flores, para no levantar la perdiz y es una alegría tener mi cama, pared por
medio, bien cerca de mis Padres, como me gusta a mí.

No hay comentarios:
Publicar un comentario